Dioses

Los Dioses Olímpicos

El Panteón Olímpico es el lugar donde están todos los dioses olímpicos, y es una estructura sistematizada que los griegos inventan para conceptualizar el universo, un universo donde se producen diversas manifestaciones de poder.

Los dioses cumplen una función de regularización social y de la naturaleza. En esta estructura organizada donde se trata de explicar los poderes de la naturaleza, existe una jerarquía donde hay un jefe supremo. Los dioses no son personas individualizadas, son potencias que actúan en el mundo y con unas características comunes y otras propias.

Todos los dioses tienen las siguientes características:

  • Son imaginados antropomórficos, al modo y manera de los humanos. Son antropomórficos hasta el punto de que en Homero parece que los dioses están entre nosotros.
  • Son inmortales, pero no eternos. Son inmortales porque no conocen la muerte, pero no son eternos porque no existen desde siempre, sino que conocen un principio y conocen su nacimiento perfectamente.
  • Son sabios pero no omniscientes. Cada uno de ellos tiene asignado un conocimiento especifico del que saben muchísimo pero no lo saben todo. Son poseedores de conocimientos pero no de todos.
  • Son poderosos pero no todopoderosos. Pueden y tienen poder sobre su ámbito de actuación pero no lo pueden todo (no pueden invertir el orden de las cosas, ni resucitar a un muerto, etc.).

Son potencias que intervienen en parcelas concretas, siempre hay que tener en cuenta que el Panteón es una estructura, divina en este caso, en la que el Poder y el Saber de uno se enfrenta con el Poder y el Saber de otro. Ejemplo de ello son Ares (o Marte) y Atenea (o Minerva). Ambos pueden y saben del arte bélico, pero cada uno tiene una representación distinta en la guerra, Ares es la fuerza bruta y Atenea la estrategia guerrera.

Los dioses no pueden meterse en campos ajenos, cada uno tiene el suyo y en el momento en que se meten en otro hay un conflicto entre los dioses en el que Zeus tiene que mediar.

Los dioses son imaginados o representados con una clara función social y natural. En la naturaleza, los dioses derivan de los aspectos más antiguos de las divinidades. Así, Zeus y sus hermanos Hades y Posidón se reparten el universo físico y natural. Zeus se queda con el cielo luminoso y con todos los fenómenos celestes, regula las estaciones, y se le representa con el trueno y el rayo. Hades se queda con el mundo de los muertos, y Posidón se queda con todos aquellos fenómenos cuyo origen tiene lugar en las aguas saladas, en el mar; es el que los griegos verán como causante de los terremotos y maremotos. En el mundo de los hombres tienen siempre atribuida una potencia divina que vela porque el conjunto funcione respetando las reglas que se han dado, y sino interviene el dios.

Los llamamos olímpicos porque establecen su morada en el monte más alto de Grecia, el Olimpo, así que allá en sus cumbres moran los dioses, pero eso no quiere decir que los dioses no tengan otra residencia, como por ejemplo Hades, que desde luego vive en el reino de los muertos y no en el Olimpo.

Los griegos reflejan en la sociedad de los dioses la sociedad humana, en la que hay un soberano y unos ayudantes del soberano. El soberano ejerce el poder y tiene que velar para que el orden social establecido no se rompa. Tiene que ser juez.

Zeus

Su nombre procede de una palabra indoeuropea que significa «luz», y en Roma será asimilado a Júpiter.

Zeus en el universo es la luz, la lluvia, el día y la noche, las estaciones, etc. Su misión es mantener la regularidad de los fenómenos celestes, de que después del día venga la noche, después de la primavera el verano, etc. Si alguien atenta sobre esto, Zeus interviene. De ahí que se le atribuyan tantas uniones: con Metis (de la que nació Atenea), con Temis (de la que nacieron las Horas y las Parcas, para divinizar los conceptos de regularidad en el día y la noche, las estaciones, etc.), con Eurínome (de la que nacieron las Gracias), etc.

Éste es Zeus en sus aspectos más antiguos y que va a conservar para siempre, y siempre será representado con el rayo, el trueno, con una armadura y la piel de la cabra Amaltea que lo amamantó cuando era pequeño y estaba escondido en Creta para que Cronos no lo devorara (la llamada égida). El águila también es el ave de Zeus, y por tanto, la soberana de las aves.

Al igual que en la naturaleza es el dios soberano, el representante de la soberanía (por eso siempre se le denomina ‘padre Zeus’, ‘soberano de dioses y hombres’, ‘el soberano Zeus’…), en la sociedad representa:

  • el poder del rey en la sociedad;
  • el poder del padre en la familia, y
  • el poder del varón en la sociedad frente a la mujer.

Como soberano refleja la ideología del poder real en un régimen en principio monárquico, cuya debilidad se manifiesta en la sociedad griega, ya que las monarquías duran poco y se refleja en las historias míticas. El mantenimiento del poder real es un trabajo arduo, por lo que Zeus se verá amenazado una y otra vez. A veces, estas amenazas se cuentan en los mitos de forma velada o fragmentada, y siempre hay un peligro de derrocamiento.

En muchísimas historias, el poder sexual de Zeus no tiene medida. Se habla de más de cien amantes, y cuando se habla de este poder sexual y de sus amoríos se refleja el poder del varón frente a la mujer.

En este concepto de la soberanía, Zeus triunfa por un lado gracias a la ‘métis’ y por otro por la justicia. Estos dos conceptos son importantísimos en Zeus, sobre todo la ‘métis’, como inteligencia astuta. Lo primero que destaca es que todas las uniones de Zeus con las divinizaciones de conceptos (Temis, Metis, Eurínome) adoptan la forma del matrimonio, ya que mediante él Zeus se apropia de las cualidades de su señora, institucionalizándose la dote.

En el matrimonio con Metis, Zeus se hace «todo métis», con Temis todas las leyes pasan a ser regidas por Zeus, con Eurínome la regularidad del universo físico, etc.

Su poder se extiende también sobre los hombres: vela por las familias y las fratrías atenienses y bajo su protección se hallan también muchos lugares donde se concentra la vida de la ciudad (mercados, asambleas políticas…). Es el dios de la justicia: vigila el respeto a los juramentos y a las leyes de la hospitalidad, y dispensa los bienes y los males. Castiga la impiedad y la desmesura («hybris»), pero sabe igualmente recompensar los actos de piedad y purifica a los asesinos de los crímenes de sangre. Es también el dios Salvador que acude en ayuda de los combatientes y les permite obtener la victoria. Reina como patriarca de una sociedad organizada, pero sus poderes tienen un límite, pues a su vez está sometido a las leyes del Destino.

Dado el alcance cosmogónico de la figura de Zeus, fueron muchos los autores antiguos que dedicaron sus plumas a relatar episodios de la vida del dios. Zeus adquiere su personalidady su naturaleza como soberano de los dioses y de los hombres a partir de Homero.

Es el hijo menor de Cronos y Rea, y pertence por tanto a la tercera generación divina. Cronos,a quien se le había profetizado que un hijo suyo le destronaría, había devorado ya a los cinco que le había dado Rea, pero ésta consiguió salvar a su último hijo entregando a su esposo una piedra envuelta en pañales y escondiendo al niño en Creta, donde sería criado por la ninfa o la cabra Amaltea. Ya adulto, Zeus liberó a sus hermanos y hermanas utilizando una droga, que le había proporcionado Metis, que obligó a Cronos a vomitar a todos sus hijos. Luego destronó a su padre. Antes de reinar en el Olimpo tuvo que combatir durante diez años con los Titanes, encarnaciones de las fuerzas brutales primitivas. Tuvo primero que liberar del Tártaro a los gigantes Hecatonquiros y a los Cíclopes, que le proporcionaron el rayo. Los Olímpicos obtuvieron la victoria y los tres hermanos se repartieron el poder: Zeus obtuvo el cielo, Posidón el mundo marino y Hades el mundo subterráneo. Antes de reinar, Zeus tuvo todavía que enfrentarse a los Gigantes -lucha conocida con el nombre de Gigantomaquia- y destruir a Tifón.

La literatura ha concedido un amplio desarrollo a las aventuras amorosas de Zeus, que se unió a muchas divinidades de las que tuvo hijos célebres: las Horas y las Moiras (de Temis), las Cárites (de Eurínome), las Musas (de Mnemósine), Apolo y Ártemis (de Leto)… De Hera, su esposa legítima, que también era su hermana, sólo tuvo a Ares, a Hefesto (sólo según algunas versiones), a Ilitía y a Hebe. Con Deméter, otra de sus hermanas, tuvo a Perséfone. Zeus se unió también a muchas mortales y para conseguirlo solía recurrir a las metamorfosis más variadas: se convierte en cisne para unirse a Leda, en lluvia de oro para penetrar en Dánae, adopta la apariencia de Anfitrión para unirse a Alcmena, la virtuosa esposa de éste. Amó también al joven Ganímedes y se transformó en águila para raptarlo, convirtiéndole luego en su copero en el Olimpo. Su hija Atenea, la que había engendrado en su primera esposa, Metis -a la que Zeus se había tragado cuando estaba embarazada-, salió armada de la misma cabeza del dios. Además, tuvo de Sémele a Dioniso, que se estó en el propio muslo de Zeus, y de Maya a Hermes. Engendró también muchos otros hijos, tanto dioses como héroes: Helena, Pólux, Heracles, Minos…

Zeus era venerado en toda Grecia. Sus templos más famosos son los de Dodona, el de la Acrópolis de Atenas y el de Olimpia. En su honor se celebraban grandes fiestas acompañadas de competiciones y juegos, como en Olimpia, donde se celebran cada cuatro años.

Hera

Una vez que se han producido estos matrimonios de la generación anterior, Zeus se va a unir en matrimonio con su hermana Hera para siempre a pesar de sus amoríos. Pasan a ser la pareja de dioses como modelo de referencia y son considerados como los padres de dioses y hombres, es decir, se consideraría un matrimonio sagrado.

En la formación de esta familia divina en la que la mujer sirve para procrear hijos, Hera sólo tiene un hijo de Zeus: Ares. Si observamos su vida doméstica, encontramos dos cosas: que siempre se están peleando y que Hera es una diosa que carece de amor maternal.

Cuando Zeus se traga a Metis, nace Atenea de su cabeza, y como Hera no quiere ser menos, tiene ella sola a Hefesto, pero como es bastante feo lo rechaza y no quiere tener nada que ver con él. De hecho, en una de las disputas familiares, Zeus lo arroja del Olimpo y desde entonces también es cojo.

Para que fuera uno de esos matrimonios sagrados, debería de darse la idea de fecundidad. Su unión representa la sexualidad dentro del matrimonio, y como Zeus tuvo cantidad de amantes, a Hera siempre se la representa como malhumorada, irascible y celosa.

Zeus tiene que demostrar su potencia sexual, y en sus amoríos una constante son las metamorfosis. A Dánae la sedujo convertido en una lluvia de oro y de ahí nació Perseo; a Europa convirtiéndose en un hermoso toro blanco que salió del mar, y de ahí nació Minos, rey de Creta; a Alcmena la engañó adoptando la forma de su marido y de ahí nació Heracles; a Sémele la embaraza, Hera siembra las dudas en ella y cuando Zeus se presenta con el rayo y el trueno Sémele cae fulminada. Zeus coge el feto y lo cose en su muslo, y más tarde nace el dios Dioniso.

Hera es la protectora de las mujeres casadas y del matrimonio, y su hija Ilitía asiste a las mujeres en el momento del parto. Sin embargo los poetas presentan un retrato de ella poco halagador.: celosa, violenta y vengativa. Su cólera implacable le lleva también a castigar a los descendientes de las amantes de Zeus. Es el caso de Heracles, hijo de Alcmena y Anfitrión, que en realidad había sido engendrado por Zeus: Hera lo hizo enloquecer hasta tal punto que le convirtió en asesino de sus propios hijos.

Persiguió a Ío, volvió loca a Ino, como hemos dicho, hizo morir a Sémele, intentó matar a Calisto, pretendió impedir que Leto diese a luz a Ártemis y Apolo… todas ellas seducidas por Zeus. A pesar de las múltiples disensiones con éste, será siempre la reina del Cielo, sentada al lado de su esposo sobre un trono de oro. Tiene poder sobre la tormenta y el relámpago; las Horas e Iris están a su servicio. Uno de los más famosos episodios donde da prueba de sus celos es el concurso de belleza que la enfrentó a Afrodita y Atenea. Las tres diosas tomaron a Paris como árbitro, y Hera le ofreció la soberanía universal si la designaba como la más bella de las diosas. Pero Paris rechazó su oferta, prefiriendo la candidatura -y el premio- de Afrodita, y Hera, para vengarse, provocó la destrucción de Troya.

Sólo en el grandioso relato de la conquista del vellocino de oro aparece como la benévola protectora de los héroes y la inspiradora de sus hazañas.

En Roma fue asimilada a Juno, conservando muchos de sus rasgos y atributos griegos. En la «Eneida» de Virgilio persigue con su rencor al troyano Eneas, a quien protege en cambio su madre Venus (Afrodita).

La vaca y el pavo real eran los animales que le estaban consagrados. Argos era su ciudad favorita, cerca de la cual se alzaba uno de sus templos más famosos. Su culto era uno de los más extendidos en Grecia.

Ares

Es el hijo legítimo de Zeus y Hera, pero ninguno de los dos le tienen demasiada simpatía porque este dios es el dios del ardor guerrero, siempre se le representa con armas y armadura y está presente en toda contienda humana. ‘Azote de los mortales’, ‘sangriento homicida’, ‘loco’, tales son los epítetos más frecuentes que le designan en la epopeya homérica.

Sin embargo, no siempre sale victorioso en los combates; de hecho resulta varias veces herido, sobre todo en sus enfrentamientos con Atenea, divinidad también guerrera con quien forma una pareja perfectamente antitética. Atenea, diosa virgen que encarna la fuerza inteligente, respetada por los dioses, prevalece siempre sobre la desmesura y la viril brutalidad de Ares, dejándole incluso en el más espantoso de los ridículos, como por ejemplo cuando éste, alcanzado por una gruesa piedra lanzada por la diosa, se retira gimoteando lastimosamente del campo de batalla de la mano de Afrodita.

Su historia mítica tiene dos anécdotas muy conocidas, entre ellas, sus amores con Afrodita. Ella está casada con Hefesto (la belleza personificada con la fealdad). Afrodita tiene muchos amores, y uno de ellos es Ares, pero dios Helios le cuenta a Hefesto que su mujer está con otro y Hefesto quiere que todo el mundo se entere. Construye entonces una red invisible que atrapa a los dos amantes y entonces los dioses lo ven. De estos amores, se dice que nace Harmonía (un simbolismo claro, por otra parte).

La segunda historia mítica conocida, hace a Ares padre de las Amazonas, mujeres guerreras que además rechazan al varón. Se sitúan en Tracia, al norte de Grecia, y son un pueblo belicoso y desconocido hasta época tardía. Se cuenta que las Amazonas, cuando traían al mundo a niños, los seleccionaban para saber a cual críar y a los demás los mataban; sin embargo, a las niñas siempre las cuidaban. La reina de las Amazonas es para casi todo héroe griego un gran trofeo a conseguir, y siempre acaba vencida por el héroe, pero justo antes de morir el héroe se enamora de la reina moribunda. Es una relación amor-odio, rechazo-seducción, ya que para la sociedad griega representan el mundo al revés, y es el reflejo en el mito a la inversa de la sociedad masculina griega. A las Amazonas siempre se las conoce por tener sólo un pecho, porque al ser guerreras, nada más nacer las amputaban un pecho para poder llevar el carcaj con las flechas; sin embargo, en la cerámica nunca se las representa sin pecho, así que probablemente esto sea falso por muy extendido que esté.

Además de los hijos que tuvo con Afrodita, Ares engendró una prole numerosa y violenta: las feroces amazonas, el cruel Diomedes, que alimentaba a sus yeguas con carne humana; Flegias, incendiario del templo de Apolo, y otros diversos personajes igualmente funestos. Para vengar a su hija Alcipe, violada por un hijo de Posidón, Ares mató al ofensor y tuvo que comparecer ante los dioses para ser juzgado sobre la misma colina sobre la que había cometido el crimen. Fue absuelto. El lugar recibió el nombre de Areópago (literalmente «la colina de Ares»), y se convirtió en la sede del primer tribunal criminal de Atenas encargado de juzgar los delitos de sangre.

Atenea no es la única que le pone en situaciones humillantes. Dos veces es herido por Heracles y 13 largos meses aparece prisionero de los Alóalas (hijos de Posidón, gigantes que tuvieron la osadía de alzarse contra los dioses), encadenado en una vasija de bronce de la que finalmente -pero en un estado lamentable- consigue rescatarlo Hermes.

Los romanos asimilaron Ares a su dios Marte.

Atenea

Es hija de Zeus y Métis, y nace de la cabeza de su padre. Hay varias versiones del nacimiento, tanto escritas como representadas. Luciano, en los «Diálogos de los Dioses», cuenta que Zeus tenía un terrible dolor de cabeza, y fue Hefesto o Prometeo, según la versión, el que de un hachazo le abre la cabeza a Zeus y sale Atenea, una bella doncella de ojos verdes y armada con casco y coraza, representando la estrategia guerrera.

Hefesto siempre aparece en la historia del nacimiento de Atenea, unas veces dando el hachazo y otras boquiabierto ante la belleza de Atenea, a la que quiere como esposa. Sin embargo, Atenea, nada más nacer, le pide a su padre que no la dé nunca en matrimonio porque quiere permanecer virgen para siempre. Este fenómeno es una gran excepción en la sociedad griega porque en ella las mujeres sólo sirven para procrear. Aunque Atenea dice que no, Hefesto sale corriendo detrás de ella, y del semen de Hefesto que cae en la tierra nace el primer rey de Atenas: Erictonio, que no es hijo de Atenea pero casi, ya que nace del deseo hacia ella. Erictonio pertenece al mito de autonomía para decir que los atenienses están allí desde siempre y para que nadie pueda arrebatarles ese terrotorio.

Atenea y Posidón se disputan el patrocinio de la ciudad. Atenea hace brotar el olivo y gana por el voto de las mujeres, y desde entonces ese árbol es el de la diosa, igual que Atenas su ciudad. Es la diosa civilizadora por encima de todo, pertenece a la civilización y está en oposición a las Amazonas porque pertenece a la ciudad, es la protectora de los héroes civilizadores, y es la diosa de la estrategia y la inteligencia puestos al servicio de la guerra. No rechaza al varón sino que lo ignora. Está descrita como una diosa hermosa pero es una mujer viril porque preside las funciones del hombre en la ciudad y debe permanecer equidistante con los dos sexos, y a la vez también interviene en el mundo femenino: protege siempre a las mujeres en etapa casadera que bordan una túnica que más tarde le ofrecerán, por eso se la representa con la rueca y el telar.

La historia de Aracne es muy famosa, ya que comete el error de retar a la diosa Atenea para ver quien borda mejor. Atenea, como castigo por su insolencia, la convierte en araña, condenándola a tejer eternamente su propia tela de araña.

Esta diosa desempeña un papel importante en la Gigantomaquia (guerra contra los gigantes), combatiendo junto a Heracles. Atenea derrota y desuella al gigante Palante, con cuya piel se hizo una coraza, y persigue hasta Sicilia a Encélado, otro gigante, a quien sepulta bajo la isla mediterránea.

Atenea, la hija predilecta de Zeus, es ante todo la diosa guerrera por excelencia. En este sentido se opone a Ares, dios de la furia irracional, que lanza al hombre contra el hombre en un furor asesino. Frente al poder ciego del hijo de Zeus y Hera, Atenea simboliza la justicia en y para el combate, la razón que domina el impulso. Como tal, guía y sostiene a los más famosos héroes: a los aqueos durante la guerra de Troya, sobre todo a Aquiles y a Ulises, a quien protegerá durante todo su viaje; a Heracles, al que proporciona armas y consejos continuos para que salga bien parado durante sus trabajos, y que, en agradecimiento, ofrecerá a la diosa las manzanas de oro de las Hespérides; a Jasón, a quien ayuda durante la construcción del navío Argo; a Perseo, al que ofrece un escudo de bronce pulido para que pueda derrotar a Medusa y que, en justa correspondencia, entregará a la diosa la cabeza de la górgona para que ésta adorne el suyo.

Diosa virgen por excelencia, como dan fe tanto su epíteto ‘Parthenos’ (dondella) como el templo más célebre consagrado a ella en Atenas, el Partenón, donde se la adoraba bajo tal advocación, Atenea se opone también a Afrodita, que ejerce su poder sobre los hombres con unas armas que la diosa de la inteligencia desprecia. Ello no le impide participar, junto a Hera y Afrodita, en el concurso de belleza arbitrado por Paris, que será el germen de la guerra de Troya. Atenea guarda celosamente su castidad.

Sus señas de identidad son el casco, el escudo y la coraza; el animal con el que se la relaciona es la lechuza; comparte con Zeus la égida, y es propio de ella la cabeza de la górgona Medusa en el escudo o la coraza.

Atenea era venerada en varias ciudades griegas como diosa tutelar. La encontramos, por ejemplo, en Troya bajo la forma de un antiquísimo ídolo, el Paladio. Tras la caida de Troya, Eneas se la lleva a Roma y se custodia en el Capitolio. Desde entonces a Atenea se la llama Palas Atenea. Era sobre todo Atenas, epónimo de la diosa, quien será enorgullecerá de su protección. El preciado olivo, regalo de Atenea a la ciudad gracias al cual logró frustrar las aspiraciones de su rival Posidón, convirtió a Atenas en la señora indiscutible del Ática.

Se la llama también Atenea Tritogenia, que significa criada y educada por Tritón. Se supone que cuando nace de la cabeza de Zeus, Tritón se encarga de su educación. Atenea es la diosa de las artes y las ciencias, protege a los artistas, escritores, guerreros, héroes, etc.

Se la representaba como una diosa majestuosa, de belleza serena y severa; la mirada centelleante de us legendarios ojos zarcos recuerda a la de la lechuza, su animal favorito, a quien suele verse frecuentemente sobre su hombre o en su mano. «Victoriosa», como indica su epíteto Niké, aparece también con alas o con sandalias aladas, que los atenienses le retiraron en su templo de la Victoria Áptera («sin alas») para estar seguros de conservarla junto a ellos.

En Roma se la llama Minerva y forma, junto con Juno y Júpiter, la «Tríada Capitolina».

Hefesto

Según Hesíodo, es hijo de Hera. Es el dios feo, deforme y lisiado del Olimpo clásico. Zeus, furioso al verle tomar partido por Hera en una disputa, le agarró por un pie y lo precipitó al vacío desde las alturas del Olimpo. Cayó en la isla de Lemnos y quedó cojo a consecuencia de la caída. Según otras versiones, fue su madre quien lo arrojó a la tierra, avergonzada al verle deforme y poco agraciado. Más tarde, Hefesto se vengaría de Hera regalándola un trono de oro que la inmovilizó con mágicas ataduras en cuanto la diosa se sentó en él. Hefesto puso como condición para liberarla que se le permitiera regresar al Olimpo y recuperar su puesto entre los dioses, obteniendo entonces a Afrodita en matrimonio.

Es el dios de la fragua y del fuego artesano; es tan buen artesano que su técnica roza la magia. Ayudado por los Cíclopes, es el encargado de crear las armas de los grandes héroes, el rayo y el trueno de Zeus, las flechas de Ártemis y Apolo, Zeus recurrió también a él para crear a Pandora, para encadenar a Prometeo en el Cáucaso, etc. Tiene mucha relación con los artesanos moldeadores y creadores y por eso se le relaciona con Prometeo.

Se dice que Hefesto le exigió a Zeus el matrimonio con la diosa más hermosa del Olimpo por haberle arrojado de allí mismo, así que Zeus no tiene más remedio que hacerlo, porque se le relaciona también con el fuego del volcán, y por eso está casado con Afrodita.

En el Olimpo, Hefesto se construyó un palacio radiante, todo de bronce, donde se afanaba en sus tareas ayudado por autómatas de oro. Residía también en Lemnos y, en general, en todos los lugares volcánicos. Los romanos lo identificaron con su dios Vulcano y situaron sus forjas bajo el Etna.

Posidón

Cuando Zeus y sus hermanos llegan al poder y se reparten el poder del universo, a Posidón le corresponde el mar; es el dios del elemento líquido y de todo lo que sucede bajo el mar: terremotos, maremotos, etc. Eso es precisamente lo que significa su epíteto «Ennosigeo», el que sacude la tierra por debajo. Luchó luego junto a los Olímpicos en su lucha contra los Titanes; en esta ocasión, los cíclopes le entregaron el tridente, que se convertiría en su atributo y que el dios utilizará para desencadenar tempestades y terremotos.

Su domicilio es el mar Egeo, y su residencia se encuentra en las profundidades marinas, un palacio de oro en el que vive junto a su esposa Anfitrite y su hijo Tritón. En ese palacio tiene como sirvientes a tritones (seres con la parte superior humana y la inferior de pez, que hacían sonar sus caracolas como pífanos), delfines y muchos de los seres que viven en el mar. Se desplazaba sobre las olas en un carro tirado por unos animales mitad corceles, mitad serpientes, escoltado por un cortejo de peces, delfines o divinidades marinas: las hermosas nereidas, los tritones y el cambiante Proteo, qeu guardaba los rebaños de focas del dios.

A pesar de Anfitrite, sus amantes, diosas o mortales, se cuentan por centenares y su progenie es innumerable. Con su abuela Gea engendró al gigante Anteo, más tarde vencido por Heracles. Se unió a su hermana Deméter, metamorfoseado en caballo, porque ella había intentado huir de él transformada en yegua. De esta unión nacieron el caballo Aerión y una hija, «la Señora», cuyo nombre no estaba permitido pronunciar. También como caballo poseyó a la górgona Medusa, de cuyo cuerpo decapitado surgió el caballo Pegaso.

De carácter ambicioso, intrigante y pendenciero, se confabuló un día con Hera, harta de las infidelidades de Zeus, para derrocar al señor del Olimpo. Ayudados por casi todos los dioses, consiguieron encadenarlo mientras dormía, pero Zeus se liberó con ayuda de Tetis y de Briareo, un gigante de cien brazos, y castigó duramente a los culpables. Posidón y Apolo fueron condenados a servir durante un año al rey de Frigia, Laomedonte, y construyeron para él las murallas de Troya. Como éste se negó a pagarles el salario convenido, los dioses descargaron sobre él su ira: Apolo desencadenó la peste sobre la ciudad y Posidón hizo surgir del mar un monstruo que sembró la desolación en el reino. Durante la guerra de Troya, Posidón no dejó de perseguir con su rencor a los troyanos, excepto a Eneas, a quien salvará la vida durante su combate con Aquiles, tal vez porque el héroe no pertenecía a la estirpe de Laomedonte y de Príamo. Posidón estará siempre del lado de los griegos, aunque más tarde persiguió a Ulises con su cólera, desencadenando contra él terribles tempestades para vengar a su hijo, el cíclope Polifemo, a quien el héroe había cegado.

A menudo, Posidón se enfrentará con otros dioses para asegurar su soberanía sobre diversas ciudades. Los relatos más conocidos se refieren a Atenas y Argos. En el caso de Atenas, fue derrotado por la diosa Atenea. Posidón, golpeando el suelo con su tridente, había hecho brotar una fuente de agua salada (o un caballo, según otras versiones), mientras que la diosa había hecho surgir un olivo. Este don, prenda de prosperidad y de paz, fue juzgado superior. Posidón, como represalia, inundó parte del Ática.

En el caso de Argos tuvo que vérselas con Hera. Los tres dioses fluviales del país prefirieron a la diosa, que salió vencedora, y Posidón se vengó esta vez secando todos los ríos del reino. El irascible dios mitigó sin embargo su maldión al enamorarse de Amimone, una de las Danaides -las 50 hijas del rey argivo Dánao-, a quien su padre había enviado junto a sus hermanas en busca de agua. Después de librar a la muchacha del ataque de un sátiro, Posidón hizo brotar para ella una triple fuente de agua dulce, a cambio de lo cual Amimone se entregó al dios.

El dios fracasó en otros intentos por afirmar su poder: fue desplazado de Delfos por Apolo, de Egina por Zeus, de Naxos por Dioniso, de Trecén por Atenea. Pero casi todo el país de Corinto -cuya soberanía se disputaba con Helios-, y principalmente el istmo bañado por el mar, quedó bajo el poder de Posidón; salvo la ciudadela (Acrocorinto), que fue dominada por el dios Sol. Asimismo, era también soberano de una región situada en los confines del mundo conocido, la fabulosa Atlántida.

Posidón es el padre de muchos héroes y el antepasado mítico de muchas familias reales. De él descienden por ejemplo los tebanos Agenor y Cadmo. Muchos de sus hijos serán monstruosos o malvados: además de Polifemo, los Alóalas, los bandidos Cerción y Escirón, ambos muertos por Teseo; engendró a Lamos, rey de los lestrígones, pueblo que la Odisea presenta como caníbales; al gigante cazador Orión…

Los antiguos sacrificaban a Posidón el toro y el caballo. Estos animales, terrestres, simbolizan la impetuosidad y la violencia, pero también la potencia generadora. Es especialmente notable la importancia que los mitos relacionados con el dios conceden al caballo. Su interpretación, junto a otros datos como la etimología (el nombre de Posidón contiene la raíz indoeuropea *pot-, ‘el poder’), sugieren que Posidón debió ser una divinidad prehelénica caracterizada por la omnipotencia, posteriormente suplantada en este terreno por Zeus y relegada al ámbito más restringido del elemento líquido.

Los romanos lo asimilaron a su Neptuno.

Hades

Hijo de Cronos y Rea y hermano de Zeus y Posidón, con quienes se repartió el Universo después de la victoria de los Olímpicos sobre los titanes. Es el soberano del tenebroso mundo de los Infiernos, lugar al que van los muertos, que está custodiado por Cerbero, un perro monstruoso, cuya misión era impedir la salida a los muertos y la entrada a los vivos. Su sola presencia resultaba aterradora: tenía tres cabezas, cola de serpiente y el lomo erizado de cabezas de víboras. Sin embargo, fue reducido a la impotencia por varios héroes que descendieron vivos a los Infiernos. Es el caso de Heracles, cuya decimosegunda prueba consistía precisamente en traer el perro a Euristeo. Hades había aceptado con la sola condición de que le redujese sin servirse de sus armas. Heracles lo aferró con sus brazos, impidiéndole respirar, y lo llevó medio asfixiado a su primo. Al verlo, Euristeo se escondió espantado dentro de una tinaja y le rogó que volviera a llevarlo lo antes posible a su lugar. Orfeo, por su parte, consiguió amansar al animal con la música de su lira. En cuanto a Eneas, según cuenta Virgilio (Eneida, canto IV), consiguió franquear la entrada de los Infiernos gracias a un pastel soporífero que la sibila arrojó al monstruo.

Inflexible, Hades es aborrecido por todos, incluso por los mismos Inmortales, a pesar de no ser un dios malévolo ni injusto. Su nombre era de mal augurio, de ahí que para nombrarlo se recurriera frecuentemente a diversos eufemismos, como Plutón («el Rico»), ya que al ser el amo de las profundidades de la tierra poseía todas sus riquezas mineras y regía también la fecundidad del suelo en sus aspectos agrícolas, característica que lo asocia a Deméter. Su atributo principal es un casco que confiere la invisibilidad a su portador, regalo de los Cíclopes; de hecho, el significado etimológico de su nombre griego es «el Invisible». Otros dioses o héroes, como Atenea, Hermes o Perseo, utilizaron en ocasiones este objeto mágico.

Hades aparece raras veces en los mitos, excepto en el de Deméter, su hermana, cuya hija Core raptó para convertirla en la reina de los Infiernos con el nombre de Perséfone. Su unión no tuvo hijos. Cuentan los textos que un día Perséfone estaba cogiendo flores en una llanura de Eleusis o de Sicilia, según la versión. De repente, se abrió la tierra, apareció Hades en un carro tirado por cuatro caballos negros y se la llevó con él con la intención de convertirla en su esposa. Cuando Deméter se da cuenta de que su hija no está, llora por toda la tierra hasta que el dios Helios le cuenta lo sucedido. Deméter va al Olimpo y le exige a Zeus que ordene a Hades devolver a su hija. Hades acepta porque no tiene más remedio, pero sabe que Perséfone ha comido el fruto de los muertos (la granada) y que por tanto no puede salir de su reino. De todos modos, Deméter consigue un pacto de Hades y Zeus, que consiste en que pase medio año con Hades, su marido, y otro medio con Deméter, su madre. Con este mito se intenta dar una explicación al ciclo de la naturaleza, el cual se ritualiza: mientras Perséfone está con Hades bajo tierra, en la superficie todo se marchita, es invierno; y cuando Perséfone vuelve con su madre todo vuelve a florecer, por tanto, es primavera.

Se atribuye a Hades dos infidelidades conyugales, una con la ninfa Mente, a la que transformó en la planta de la menta para protegerla de los feroces celos de Perséfone, y otra con una hija de Océano, Leuce, a quien convirtió en el álamo plateado que crecía en los Campos Elísios, a orillas del río de la Memoria. Sin embargo, esta pareja se convierte en el matrimonio más sólido de todo el Olimpo, y además están enamorados, cosa poco frecuente.

Homero nos muestra al dios herido en el hombro por una flecha disparada por Heracles, a quien quiso impedir el acceso a su reino. Hades tuvo que refugiarse en el Olimpo, donde un bálsamo maravilloso le sanó muy pronto.

Los romanos lo asimilaron (o confundieron) con Plutón, dios de la riqueza. Se le representa muy poco y como traía mala suerte hasta mencionarlo, tampoco se le rendía culto ni solía tener templos.

Deméter

Antiquísima diosa griega de la naturaleza y de la fecundidad. Hija de Crono y Rea, pertenece a la segunda generación divina. Su nombre la designa como Madre de la Tierra (= sería en dialecto dorio el equivalente de , «la tierra»). A diferencia de Gea, que representa a la Tierra en sentido cosmogónico, Deméter es la diosa de la tierra cultivada, la que alimenta a los hombres. Al hacerles el don de los cereales, en particular del trigo, Deméter les permitió pasar del estado salvaje a la cultura y la civilización. Su leyenda ocupa un lugar esencial en la religión griega.

Deméter tuvo de su hermano Zeus una hija a la que adoraba, Core. Hades, dios de los Infiernos, se enamoró de ella. Tras el rapto de Core, Deméter se negó a regresar al Olimpo y cumplir con sus funciones divinas. Disfrazada bajo la apariencia de una anciana, reemprendió su doloroso errar, que la condujo esta vez hasta Eleusis, donde recibió la hospitalidad del rey Céleo y su esposa. Contratada como nodriza del pequeño Demofonte, hijo menor de los monarcas, decidió, movida por gratitud, convertirlo en inmortal, para lo cual le sometía todas las noches a la acción de un fuego purificador. Sorprendida por la reina, la diosa dejó caer al niño durante la operación y abandonó furiosa el palacio, no sin antes haberse dado a conocer y reclamar la construcción de un templo.

La desaparición de Deméter había sumido a la tierra en la desolación: el suelo estaba yermo y los hombres y animales corrían peligro de extinguirse. Ante la catástrofe que se avecinaba, Zeus ordenó a su hermano que devolviera a la joven, que en los Infiernos había recibido el nombre de Perséfone. Encontraron la fórmula conciliadora para todos: Perséfone permanecería junto a Hades, su esposo, medio año (otras versiones dicen que una tercera parte del año), pero volvería a subir a las moradas olímpicas, junto a su madre, el tiempo restante. De este modo, en primavera sube la savia de las plantas y Deméter, feliz, cubre la tierra con un manto de vegetación durante el verano hasta que las semillas caen al suelo y se hunden en la tierra, que vuelve a conocer entonces la desolación del invierno.

El valor explicativo del mito es evidente: alternancia de las estaciones, misterio de la germinación, ciclo de la vegetación…, afirmando al mismo tiempo el estrecho vínculo existente entre el alimento, fuente de toda vida, y la muerte. La alternancia que se observa en la naturaleza es la imagen misma del destino del hombre, que al abrirse a la idea de muerte y de resurrección accede a la de vida eterna. Esta es la revelación que recibía el iniciado en los solemnes misterios de Eleusis, que constituían el elemento esencial del culto de Deméter.

La diosa era también honrada en Atenas con motivo de las Tesmoforias, ceremonias que celebraban las mujeres casadas, campos fértiles donde la semilla del esposo haría nacer hijos legítimos, futuros ciudadanos. Su culto se extendía por todo el mundo helénico, sobre todo en las regiones productoras de trigo, como Sicilia y Campania, donde se asimiló a la diosa itálica Ceres. En efecto, según la leyenda, Deméter había entregado a Triptólemo, uno de los hijos de Céleo, un carro tirado por serpientes aladas y espigas de trigo con la misión de extender su cultivo por todo el mundo.

Deméter aparece frecuentemente representada coronada de espigas o con un canastillo, símbolo de fecundidad; a veces sentada con unas antorchas y una serpiente, animal ctónico (del sustantivo griego khthôn, «la tierra») del mundo subterráneo. El narciso y la adormidera son también atributos suyos.

Hestia

Es la segunda diosa virgen del Panteón Olímpico. Era hermana de Zeus. Aunque esta divinidad formaba parte de los doce Olímpicos, carece de mitos propios y sólo puede decirse que era la diosa del fuego del hogar. Los romanos le dieron el nombre de Vesta y tenía en Roma un fuego sagrado que mantenían encendido una secta de sacerdotisas, las vestales.

Si se casara, tendría que trasladarse a la casa del marido, y por tanto las raíces del hogar quedarían desprotegidas. Cuida del hogar privado y del público, es decir, de la casa privada y de la patria.

Las pocas veces que se la representa aparece sentada y si no aparece en los cortejos de los dioses es porque siempre está en su sitio.

Ártemis y Apolo

Nacieron de Zeus y de Leto. Ésta era hija del titán Ceo, divinidad perteneciente a las primeras generaciones, y de la titánide Febe. La tradición escrita e iconográfica cuenta que Zeus dejó embarazada a Leto y Hera reacciona de manera celosa. Ésta odena que nadie dé cobijo a Leto en el momento del parto. Leto buscó en vano un lugar donde dar a luz a los gemelos divinos, pero tierras y llanuras huían de ella. Incluso los hombres la rechazaban, temerosos de Hera, y Leto los convirtió en ranas. Sólo la isla desierta y errante de Ortigia consintió en acogerla, y como recompensa fue fijada al suelo y tomó el nombre de Delos, «la visible». Los dolores del parto duraron nueve días y nueve noches. Finalmente, la diosa Ilitía, que preside los partos, se dejó conmover -o sobornar- y alivió a la titánide. Ártemis fue la primera en venir al mundo bajo la famosa palmera y ayudó a su madre a parir a Apolo.

Se contaba también que Leto, para dar a luz, tuvo que huir del país de los Hiperbóreos, donde vivía, adoptando la apariencia de una loba (lukos en griego), lo que explicaría el epíteto de licógenes o «nacido de una loba» que frecuentemente se añade al nombre de Apolo. Leto fue muy querida por sus hijos, que siempre velaron por ella. Para vengarla castigaron a Níobe y abatieron al gigante Titio, que había querido violarla. Los romanos la llamaron Latona.

Ártemis

Diosa griega de la castidad y de la caza, a menudo también de la luz lunar. Zeus le ofrece un arco y unas flechas que su hija le había pedido; Pan le regala una jauría de feroces perros.

Bella y ágil, ‘la dama de las fieras’ gusta de recorrer los bosques y selvas de la Arcadia, las cumbres y cimas de los montes Táigeto y Erimanto, persiguiendo a las presas que asaetea con sus flechas. Para solazarse, acostumbra a bañarse con las ninfas en los ríos, fuentes y lagos, rodeada de ciervas, conejos y leoncillos cuya libertad protege. Su reino es la naturaleza virgen y salvaje.

Diana cazadora expuesta en el Museo del LouvreDiosa orgullosa y arisca, desea permanecer virgen y protege la castidad de los jóvenes y de las doncellas, a quienes intente apartar de la influencia de Afrodita, que constituye su figura antitética. Ártemis es la protectora tradicional de las amazonas. Hipólito será uno de sus más fieles seguidores. Para castigar a su compañera Calisto, ninfa de Arcadia, que había cedido a los requerimientos amorosos de Zeus, la transforma en osa y la abate con sus flechas. Había prometido conservar su virginidad y, como su señora, pasaba su tiempo errando por los bosques persiguiendo animales salvajes. Zeus la vio y quedó prendado de ella (su propio nombre en griego, Kallisté, significa «muy bella»), y para seducirla adoptó los rasgos de la propia Ártemis. Un día que fueron a bañarse a un manantial, quedó al descubierto su cuerpo, que reveló que ya estaba encinta de Árcade, fruto de su unión con Zeus. Hay otra versión que dice que tras ser repudiada por Ártemis, fue la celosa Hera quien la transformó en osa. Calisto murió durante una partida de caza y fue colocada en el cielo, convertida en la constelación de la Osa Mayor.

Mata a Orión, el gigantesco cazador que solía acompañarla, y transforma en ciervo al desdichado Acteón, un joven cazador tebano que la había sorprendido desnuda mientras se bañaba. Acteón, que había sido iniciado en el arte de la caza por el centauro Quirón, se jactaba de su habilidad afirmando que superaba a la propia Ártemis. Cuando la sorprendió bañándose, la diosa, enfurecida, le roció con agua y Acteón quedó transformado en ciervo. Sus perros se lanzaron en su persecución sin reconocerle y, después de darle caza, le despedazaron y le devoraron. La jauría vagó mucho tiempo por los bosques en busca de su amo hasta llegar a la caverna de Quirón, que, conmovido por los gemidos de los perros, modeló una imagen que reproducía fielmente la figura del joven cazador imprudente.

Sus flechas, imagen de los rayos lunares, le sirven también para vengar la honra de su madre Leto, que había sido insultada por Níobe, como hemos dicho.

Durante la guerra de Troya exige a Agamenón el sacrificio de Ifigenia y se mantiene favorable a los troyanos. Cuando la flota griega se dirigía hacia Troya a las órdenes de Agamenón, una extraña calma la mantuvo inmovilizada durante mucho tiempo en el puerto de Áulide, en Beocia. El adivino Calcante, que había sido consultado, anunció que la diosa Ártemis, irritada porque Agamenón había matado una de sus ciervas sagradas durante una cacería, exigía el sacrificio de Ifigenia para permitir la salida de la flota. Presionado por sus guerreros impacientes por combatir, sobre todo por el astuto Ulises y por su propio hermano Menelao, Agamenón terminó aceptando la terrible decisión. Hizo venir de Micenas a su esposa y a su hija pretextando un matrimonio de ésta con Aquiles. Este último, furioso por haber sido parte involuntaria del engaño, intentó en vano salvar a la muchacha con ayuda de Clitemnestra. Ifigenia aceptó morir con valentía y dignidad pero, en el momento en que iba a ser inmolada, Ártemis la salvó sustituyéndola por una cierva, y se la llevó consigo a Táuride, cerca de la península de Crimea, donde la convirtió en sacerdotisa de su culto. Los vientos regresaron entonces, permitiendo que la armada griega prosiguiera su viaje. Ifigenia permanecerá largos años al servicio de la diosa. Su cometido era sacrificar a todos los extranjeros que una tempestad hubiera arrojado a la inhóspita costa. Un día, sin embargo, reconoció en dos de las víctimas que debía inmolar a su hermano Orestes y a su inseparable amigo Pílades, a quienes el oráculo de Delfos había enviado a Táuride para expiar la muerte de Clitemnestra y traer a Atenas la estatua de Ártemis conservada en el templo de Táuride. Ifigenia consiguió salvarlos enfrentándose al bárbaro rey de los tauros, Toante, y después de entregarles la estatua huyó con ellos hacia Grecia. Se instalará finalmente en el Ática para fundar un santuario consagrado a la diosa cazadora, por fin apaciguada y satisfecha, en lo sucesivo, con sacrificios simbólicos.

En Roma será asimilada a Diana, antigua diosa itálica.

Apolo

Dios del fuego solar y de la belleza, de las artes plásticas, de la música y de la poesía, es también el dios oracular y el dios de la purificación. Su poder es temible. Tiene una hermana gemela, como el Sol tiene por hermana a la Luna.

Después de muchas tribulaciones provocadas por la celosa Hera, su madre dio a luz a los gemelos en la isla de Delos, que a partir de entonces se convirtió en una tierra sagrada donde nadie tendría derecho a nacer ni a morir. En esta isla transcurrió la infancia de Apolo, que al crecer partió hacia el país de los Hiperbóreos, donde permaneció por espacio de un año. Se dirigió luego a Delfos, donde llegó en mitad del verano, y allí mató a Pitón, un monstruo que tenía atemorizado el país. Para conmemorar su victoria sobre la serpiente, Apolo fundó los Juegos «Píticos». Luego se apoderó del oráculo de Temis, que hasta entonces había detentado el monstruo, y consagró el trípode sagrado donde se sentaría la Pitia, una joven sacerdotisa que transmitía en términos ambiguos los oráculos que le inspiraba el dios.

Apolo fue desterrado del Olimpo en dos ocasiones. La primera vez por haber conspirado contra Zeus junto a Posidón, Hera y Atenea, y la segunda por haber asaeteado con sus flechas a los cíclopes, aliados de Zeus. Su primer castigo, al servicio del rey Laomedonte, consistió en construir las murallas de Troya, pero como el monarca se negó a pagarle lo convenido, Apolo se vengó enviando sobre la ciudad una peste que diezmó a la población. La segunda vez fue desterrado a Tesalia para cuidar los rebaños del rey Admeto, el esposo de Alcestis. Una vez superadas estas pruebas, Apolo recuperó su libertad y su puesto en el Olimpo.

El más hermoso de los dioses tuvo numerosas aventuras amorosas no demasiado afortunadas. Varias ninfas despertaron su pasión, pero no siempre lo recibieron con los brazos abiertos: Cirene, que concibió de él a Aristeo; Clitia, a la que transformó en heliotropo para castigarla por haberle traicionado; Dafne, que, para escapar del acoso insistente del dios, suplicó y obtuvo ser transformada en laurel. Tuvo amores con las musas, como Talía, con quien engendró a los coribantes, o Urania, de cuya unión se dice que nació Orfeo. Entre sus amantes figuran también algunas mortales: la infiel Corónide, con quien tuvo a Asclepio; Creúsa, madre de Ión; Castalia, una sencilla joven de Delfos que huyó de él y fue transformada en fuente; Psámate, que concibió a Lino; Casandra, que sufrió un horrible castigo por haberse negado a ceder ante el dios. Apolo amó también al joven Jacinto y lo convirtió en flor cuando un accidente le privó de la vida; la metamorfosis en ciprés de Cipariso, otro joven que despertó su pasión, causó en el dios una gran aflicción.

Las funciones de Apolo son múltiples: dios de la armonía, se le atribuye la invención de la música y de la poesía, que hechizan el corazón de hombres y dioses; se sirve para ello de la lira, que obtuvo de Hermes, y también de la flauta, objeto de una violenta disputa con Marsias, a quien desolló vivo por haber osado medirse con él. Apolo inspira a los creadores versos regulares y equilibrados. Frecuentemente dirige las danzas de las musas en el monte Parnaso; es entonces «Apolo Musageta». Las cárites le acompañan. Es también el dios que purifica: conoce el arte de sanar los cuerpos, alejando de ellos toda impureza. Es «el brillante», «el luminoso» (phoibos en griego), dios del calor solar que hace germinar y madurar los frutos, dios del verano, que cada año trae a los hombres cuando regresa del lejano país de los Hiperbóreos. El poder de este dios es temible, tan temible como el del Sol, del que es una imagen mítica: mata con sus flechas a los hijos de Níobe y envía la peste contra las huestes de Agamenón, que no respetó a la hija de su sacerdote Crises. Dios guerrero, se pone del lado de los troyanos durante el conflicto contra los aqueos.

Lobos, cabritillos, cisnes, cuervos y delfines son sus animales preferidos, y su planta sagrada es el laurel -tributo a la esquiva Dafne-, cuyas hojas mastica la Pitia durante sus trances.

Los romanos adoptaron muy pronto a este dios prestigioso, cuyo nombre conservaron, reteniendo sobre todo su poder sanador y sus atributos solares (frecuentemente aparece designado con el nombre de Febo). El emperador Augusto (63 a. C. – 14 d. C.) le convirtió en su dios tutelar e hizo correr el rumor de que Apolo era su padre.

Hermes

En las tablillas micénicas ya tenemos constancia de un dios pastoril llamado Hermes. Seguramente, el dios clásico no es el mismo que el micénico, pero conserva algunas funciones y el nombre. Su nombre deriva de la palabra griega herma, montón de piedras que se colocan en los cruces de los caminos y en las encrucijadas. Estos montones con el tiempo pasan a formar el busto del dios y más tarde también los atributos viriles del dios. Estas ‘estatuas’ se llamaron ‘Hermes’.

Del dios pastoril micénico se pasa, en época clásica, a atribuirle la protección de los viajeros, y como los que más viajaban eran los comerciantes, también de ellos. Hay otra función de Hermes que complementa a estas dos.

Nació de Zeus y de una ninfa llamada Maya, hija de Atlas, en una caverna del monte Cilene, en Arcadia, y manifestó desde su más tierna infancia las dos cualidades principales a las que se vinculan todas sus funciones divinas, muy diversas: la inteligencia astuta y la movilidad. Se cuenta que al poco de nacer consiguió desembarazarse de los pañales y con un caparazón de tortuga, que encontró delante de la gruta, fabricó  un nuevo instrumento musical, la lira. Luego se dirigió a Tesalia, donde robó cincuenta vacas de un rebaño confiado al cuidado de su hermano Apolo, que en aquel momento estaba entretenido en ocupaciones galantes. Haciendo que las bestias marcharan hacia atrás (o, según otras versiones, envolviendo sus pezuñas en trozos de corteza para disimular sus huellas, después de haber atado a sus propios tobillos unas ramas) condujo a los animales a través de toda Grecia hasta llegar a Pilos, donde los dejó escondidos en una caverna. Luego regresó a la gruta y volvió a meterse en su cuna con el aire más inocente del mundo. Apolo, señor de las artes adivinatorias, no tardó en enterarse de todo el asunto y acudió a Maya exigiendo la devolución del rebaño. Esta protestó indignada, mostrándole al niño dormido como un bendito. Apolo recurrió entonces a Zeus quien, al oír las desvergonzadas mentiras de Hermes, estalló en carcajadas y le ordenó que devolviese el ganado. Apolo, sin embargo, fascinado por los melodiosos sonidos que su hermano extraía de la lira, aceptó cederle el rebaño a cambio del instrumento. Siempre aparece como un dios tramposo pero hábil que siempre hace algo pero nunca le ven.

Del robo se sacan dos conclusiones: la del trueque como compensación por el robo, y la del dios móvil (en oposición a Hestia, que es la diosa inmóvil), que se mueve por todos lados hábilmente y por tanto se convierte en el dios de los ladrones.

Hermes inventó luego la siringa (o flauta de Pan), que Apolo también adquirió a cambio del largo cayado de oro que utilizaba para cuidar sus rebaños. Un día, Hermes separó con él a dos serpientes que luchaban entre sí. Amansados, los reptiles se entrelazaron en torno al cayado: este es el origen del caduceo, que, rematado generalmente por dos pequeñas alas, era entre los griegos el símbolo distintivo de los embajadores y de los heraldos (es distinto del caduceo de los médicos, que está formado por un haz de junquillos en torno al cual se enrosca la serpiente de Asclepio y va coronado por el espejo de la Prudencia).

También es el conductor de las almas hasta el reino de los muertos, por eso se le llama Hermes Psicopompo, y tiene la función de mensajero y recadero del Olimpo. Es el mensajero de Zeus tanto ante los dioses como ante los hombres. Es él, por ejemplo, quien transmite a Calipso la orden de dejar partir a Ulises y quien revela a este último la planta mágica que le protegerá de los hechizos de Circe. Intérprete de la voluntad divina, desempeña en este sentido una función auxiliar junto a muchos héroes: Heracles, a quien proporciona su espada y al que protegerá muchas veces; Perseo, al que entrega el casco de Hades y las sandalias aladas; Frixo y Hele reciben de él el carnero alado del vellocino de oro que les salvará de la muerte.

Los propios Inmortales le deben mucho: salva a Ares cuando estaba prisionero de los Alóadas, socorre a Zeus en su lucha contra Tifón y el señor de los dioses se pone en sus manos para que le ayude a desbaratar las venganzas urdidas por la celosa Hera para matar al gigante Argos (por eso se le llama Argifonte), guardián de la joven Ío, por ejemplo, o llevar a lugar seguro al pequeño Dioniso.

Se le atribuye la invención del lenguaje humano e incluso del alfabeto, de ahí que también se le haga ser el dios de la elocuencia, de la oratoria, del bien hablar. Probablemente se cuenten estos mitos creados a propósito para atribuirle esto al dios, ya que al ser tan hábil es posible que lo hiciera.

Estas atribuciones en Roma se tienen muy en cuenta y se asimila al dios Mercurio, pasando a ser muy importantes la de ser el dios del comercio y de la elocuencia.

A Hermes se le representa casi siempre con el sombrero de ala ancha típico de los viajeros: el pétaso; con alas en los pies porque viaje mucho y rápido, y con una especie de varita de oro con dos serpientes en forma de ocho, llamado caduceo, que tiene dos significados: símbolo del heraldo que trae noticias, y símbolo de magia, ya que se mueve mucho y muy rápido como las serpientes. Siempre se dice que es el «bribón» de los dioses y el mago divino.

De sus amores con diosas o mortales nacieron diversos hijos. Los más conocidos son Hermafrodito, Autólico (el abuelo de Ulises, el hombre de los mil recursos) y el dios Pan, nacido como Hermes en Arcadia.

Dioniso

Es un dios que se incorpora al Panteón Olímpico tarde. La norma de los doce dioses no le incluye por dos razones: porque es un dios extraño que viene de lejos y que lleva un culto extraño para los griegos, y porque Dioniso es hijo de Zeus y de una princesa mortal, Sémele.

Dios de la exuberancia de la naturaleza, y muy especialmente de la viña, que provoca la embriaguez, la inspiración desenfrenada y el delirio místico. Se encarna en toro, cabra o serpiente, y sus símbolos vegetales son la hiedra y la viña enroscadas en torno a un báculo para forma el tirso. Su ámbito es el de la afectividad. Se le conoce también con el nombre de Baco, nombre que adoptaron los romanos. No nació dios, sino que adquirió la divinidad posteriormente.

Este semidiós, hijo de Zeus y de Sémele, la hija de Harmonía y del rey tebano Cadmo, tuvo un nacimiento milagroso. Sémele, instigada por la celosa Hera, exigió a su divino amante que se mostrara ante ella en todo el esplendor de su poder. Zeus accedió y se le apareció entonces rodeado del trueno y el rayo. La joven murió fulminada, pero Zeus consiguió salvar al niño que Sémele llevaba en su vientre y lo introdujo en su propio muslo, donde terminaría la gestación. Así nació Dioniso, el resucitado, «el nacido dos veces».

Zeus, para proteger a su hijo de la malevolencia de Hera, le ocultó bajo ropajes femeninos en la corte del rey Atamante, pero Hera lo descubrió y volvió loco al rey. Zeus encargó entonces a Hermes que escondiese al niño en la misteriosa región de Nisa donde, convertido en cabritillo, fue educado por unas ninfas, las ménades, y por el sabio Sileno, que le enseñó el arte de tocar la flauta y le hizo descubrir el vino, con el cual se embriagaría alegremente con sus compañeros.

Hera, sin embargo, logró descubrir su paradero y le infundió la locura. Dioniso se convirtió entonces en Bacchos, el «privado de razón», y empezó a recorrer el mundo convirtiéndose para los hombres en un libertador. Acompañado de su alegre cortejo de sátiros, con Sileno, Príapo y las ménades recorrió Grecia cantando y bailando al son de tamboriles. En Tracia castigó con la locura al rey Licurgo, que se había resistido a aceptar su culto: Licurgo, en un acceso de locura, se cortó una pierna y mutiló a sus hijos. El semidiós embarcó más tarde para continuar su viaje, pero como el capitán pretendía venderle como esclavo, Dioniso hizo enloquecer a toda la tripulación, que saltó por la borda y fue metamorfoseada en delfines al tocar el agua.

Su viaje le condujo hasta Asia, donde Cibeles le inició en sus misterios y le curó de la locura de Hera. Montado sobre un carro tirado por panteras, adornado de pámpanos y de hiedra, Dioniso llegó a la India. Allí por donde pasaba las gentes aclamaban sus prodigios. Sin embargo, de regreso al Ática, su peregrinaje le condujo hasta una ciudad que se negó a reconocerle: Tebas.  El héroe provocó la locura de las tebanas y la muerte atroz de su rey, Penteo. Antes de alcanzar el Olimpo, donde finalmente se le otorgaría el rango de dios, Dioniso descendió a los Infiernos para buscar a su madre Sémele, que fue inmortalizada y convertida en la diosa Tione.

El culto de Dioniso adopta a menudo los rasgos de una religión mistérica. Roma confunde muy pronto a Dioniso -o Baco- con el antiguo dios latino Liber Pater. Dioniso simboliza particularmente la ambivalencia del vino, a la vez remedio y droga de temibles efectos.

Afrodita

Diosa griega del amor y de la belleza. Forma parte de los doce grandes dioses del Panteón Olímpico, con el mismo rango que Apolo, Ares o Atenea, pero no pertenece ni a esta generación de hijos de Zeus -a pesar de una tradición que la presenta como hija de este último y de Dione- ni tampoco a la de los descendientes de Crono. En realidad se trata de una divinidad prehelénica que se remonta a las grandes diosas madres del Mediterráneo oriental. Su culto, de origen sirio, se extendió a través de los fenicios desde Chipre y Citera hasta la Grecia continental.

Encarna la omnipotencia creadora del deseo amoroso, al cual se hallan sometidos todos los seres vivos sin excepción: humanos, animales, incluso los mismos dioses. Seductora, a veces temible, es una de las fuerzas primordiales del mundo como sugiere la tradición más extendida relacionada con su nacimiento: según Hesíodo, Afrodita nació de Urano cuando su hijo Crono, después de mutilarlo, arrojó al mar sus órganos sexuales. La semilla del dios castrado fecundó la espuma de las olas y en ellas engendró una diosa de radiante belleza a cuyo paso nacían las flores. La diosa recién creada alcanzó la orilla de Citera -o de Chipre-, donde fue acogida y criada por las Horas y las Gracias. Tanto su nombre como los epítetos con que se la designaba se hacen eco del mito de su nacimiento: su nombre derivaría del término aphros («la espuma»), y se la conocía también como Citerea («la de Citera»), Cipris («la chipriota») o también Anadiomene («la que vino del mar»).

Afrodita es la protagonista de numerosos relatos de carácter amoroso. Zeus la entregó en matrimonio al hábil aunque nada apuesto Hefesto, pero Afrodita se prendó pronto del feroz Ares y se citaba con él en secreto. Su esposo, informado por Helios del adulterio, quiso vengarse y consiguió atrapar en una red a los dos amantes enlazados, presentándolos así ante todos los dioses del Olimpo, a quienes previamente había convocado para avergonzar públicamente a los adúlteros. En el Olimpo, cuenta Homero, resonó entonces la risa inextinguible de los dioses. De los amores ilegítimos de Ares y Afrodita nacieron Eros, Anteros, Deimo (el Temor), Fobo (el Terror) y Harmonía.

Afrodita concedió sus favores a otros dioses: a Hermes -de cuya unión nació Hermafrodito-, a Posidón, también a Dioniso, con quien engendró a Príapo. Sin embargo, parece haber sido Adonis, un semidiós helenizado de origen oriental, el que consiguió despertar la más ardiente pasión en el corazón de la diosa. Su muerte dramática -destrozado por un jabalí en el curso de una cacería-, venganza sin duda de alguna divinidad celosa, sumió a la diosa en el más terrible dolor. Mientras corría hacia su amante moribundo, una espina le atravesó el pie y las gotas de su sangre tiñeron de púrpura las rosas, blancas hasta aquel funesto día. Afrodita no desdeñó como amantes a los simples mortales, como Anquises, príncipe frigio de quien tuvo a Eneas.

La región de Frigia es precisamente el marco de todas las leyendas relacionadas con la guerra de Troya. Sobre el monte Ida tuvo lugar el célebre juicio de Paris, donde Hera, Atenea y Afrodita rivalizaban por la posesión de la manzana de oro destinada «a la más bella». Designado para arbitrar el conflicto, el joven pastor, hijo del rey troyano Príamo, eligió a la diosa del amor, que le había prometido entregarle a la más hermosa de las mortales, la bella Helena, esposa de Menelao. Paris se dirigió a Esparta y raptó a Helena con ayuda de Afrodita, hecho que sitúa a la diosa en el origen de la guerra de Troya. A pesar de la ayuda que siempre dispensó a los troyanos, particularmente a Paris y Helena -incluso sería herida en una ocasión, al acudir en socorro de su hijo Eneas en un combate que le enfrentaba al aqueo Diomedes-, no pudo evitar la caída y destrucción de Troya. Eneas consiguió escapar, llevando consigo los Penates de la ciudad, y fundaría una «nueva Troya». Este episodio está relacionado con los orígenes troyanos de Roma.

Paris no fue el único mortal que se vio favorecido por Afrodita. Gracias a ella Jasón obtuvo el amor -y la preciosa ayuda- de Medea, Hipómenes consiguió a Atalanta, Pigmalión pudo ver cómo la estatua que había creado cobraba vida y Eneas logró despertar la pasión de Dido, reina de Cartago. Pero en la mitología abundan más los casos que presentan a Afrodita como una divinidad cruel que castiga sin piedad a todos aquellos que despiertan su rencor o descuidan su culto. Afrodita se venga entonces inspirando pasiones monstruosas o fatales. Pasífae y Fedra son posiblemente los ejemplos más famosos, junto a Hipólito, castigado por su aversión a las mujeres. Eos (la Aurora), que había cedido a los requerimientos de Ares, fue castigada por la diosa con una irreprimible pasión hacia el gigantesco Orión. Según ciertos relatos, sería también la responsable de la muerte de Orfeo. Persiguió con su odio a Psique, amada de Eros, cuya belleza consideraba una afrenta personal. Castigó el desdén de las mujeres de Lemnos haciendo que desprendieran un olor insoportable que provocó el rechazo de sus maridos, a quienes terminaron exterminando para formar una sociedad constituida sólo por mujeres.

Este carácter vengativo de la Afrodita griega no aparece tan acusado en Roma, que hacia el siglo II a. C. la asimiló a Venus, una antigua diosa latina de la vegetación. En Roma aparece más bien como una divinidad bienhechora y prácticamente podría considerarse como diosa nacional: Sila atribuyó sus victorias a Venus Victrix (victoriosa) y César rindió culto a Venus Genetrix (madre), presentándose a sí mismo y a su linaje (gens Iulia) -supuestamente inaugurado por Julo, hijo de Eneas y nieto por tanto de Venus- como descendientes de la diosa.

2 Respuestas a “Dioses

  1. ¡Actualizaciones! Nuevas imágenes y un nuevo dios: Hermes.

    • Mark

      Es la primera vez que entro a tu blog y me ha encantado! lo visitarè mas amenudo.
      GRACIAS por tu aporte y esfuerzo al conocimiento. SALUDOS!

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