No fue cartagenero, pero su presencia en Cartagena fue de singular relieve en lo concerniente a su historia. Se trata de Publio Cornelio Escipión, al que la ciudad le dedicó una calle. Subiendo una abrupta cuesta, se llega a esta calle por un callejón sin nombre -antiguamente el Cuartelillo- que nace en la acera de la derecha de la calle de Gisbert, callejón que antes de hacer la apertura de esta calle, estaba a piso plano en lo que se llamó calle de San Leandro.
Federico Casal escribió que no puede denominarse como calle la fila de casas de planta baja que existen por encima de los patios de las Escuelas Graduadas, que no figura en las Ordenanzas Municipales, y que todavía conserva el nombre de Escipión, por ser la acera derecha de la calle que así se tituló y desapareció al hacer la apertura de Gisbert. Se le dio ese nombre en recuerdo y conmemoración del general romano Publio Cornelio Escipión que en siglo III antes de Jesucristo arrancó a Carthago Nova del poder de los cartagineses desde que la reedificara Asdrúbal.
La calle y plaza de Escipión fueron el centro y las más importantes del barrio llamado de Ifre, vulgarmente Mundo Nuevo, y gozaba de cierta popularidad por la clase de gente de mal vivir y conducta sospechosa que por aquellas alturas moraban y daban a las autoridades bastante que trabajar por los tumultos y escándalos que acaecían continuamente.
Según refería Eduardo Cañabate, sabía Escipión que esta plaza contenía el tesoro de sus enemigos, el fondeadero de sus escuadras, el mayor cuartel de sus tropas y la prisión de los rehenes de las ciudades españolas tributarias y aliadas de la República Cartaginesa. Publio Cornelio Escipión, que tenía 27 años cuando llegó a España, ambicioso de gloria y sediento de venganza por la muerte de su padre y de su tío, comprendió que más que en las riberas del Ebro estaba en Cartagena la clave de la salvación de la República Romana, y que mientras estuviera en poder de los cartagineses el insigne puerto y la inexpugnable fortaleza de Carthago Nova, el peligro de Roma sería inminente. Guardó sobre su atrevido plan una absoluta reserva que tan sólo comunicó a su íntimo amigo Cayo Lelio, que como comandante de la escuadra romana debía tomar una importante parte en su ejecución.
Conquistó a los pobladores
Ambos atacaron la plaza y fueron hechos prisioneros 9.000 ciudadanos libres que Escipión, usando de su liberalidad, puso en libertad devolviéndoles la posesión de sus bienes, con lo que conquistó la fidelidad de todos. Retuvo solamente, y esto de forma accidental, a 2.000 artesanos que ocupaban los cartagineses en la construcción de armas y en las faenas de astilleros y manejo de naves, ofreciéndoles la libertad si con buena voluntad sabían ganársela. Ofreció igualmente la libertad a los esclavos jóvenes y vigorosos..
Al gobernador Magón, junto con sus oficiales, dos miembros del Consejo de Ancianos y más de una docena de Senadores les puso bajo la custodia de Cayo Lelio en una de sus galeras.
Se registró también en la conquista de Cartagena otro suceso que acreditó a Escipión como gran diplomático y produjo la admiración de amigos y enemigos, fue alabado por el Senado y ocasionó en Roma profundo asombro dadas ciertas bárbaras costumbres de aquel pueblo que llamaba bárbaros a los que no eran ciudadanos romanos. Se trata de la continencia de Escipión, hecho que narra Tito Livio. Los protagonistas fueron una princesa joven, de tan peregrina belleza que atraía todas las miradas a su paso. Era la prometida de un Jefe de Celtíberos llamado Alucio. La respetó y la entregó a su prometido. Aceptó, ante la insistencia de los padres de la princesa, un rescate, pero hizo colocar el oro a sus pies y dirigiéndose a Alucio le dijo: «Además de la dote que recibirás de tu suegro, recibe de mí este regalo de boda», invitándole en el acto a que hiciese retirar el oro y que dispusiese de él como suyo. Este episodio está conmemorado en un cuadro del siglo XV, catalogado como de la escuela de Umbría y procedente de los Talleres de Bernardino Betti, conocido por el ‘Pinturicchio’, quien floreció entre 1457 y 1513. Se encuentra en el Museo del Prado y una copia, encargada por el alcalde Alfonso Torres al pintor cartagenero Vicente Ros, está en el Ayuntamiento con el título de ‘La continencia de Escipión’.
Era costumbre entre los romanos premiar con coronas a los soldados que más se distinguían en cualquier hecho de armas. La corona castrense tenía la forma de un vallado y se otorgaba al soldado que durante el combate había sido el primero en penetrar en el campo enemigo. La corona naval o ‘rostrita’ se concedía al primero que abordaba la galera enemiga y estaba caracterizada por proas de embarcaciones. La corona de ‘césped o gramínica’ se daba a quien había salvado un ejército de algún peligro o a una ciudad asaltada, y en este caso se llamaba ‘obsidional’. La corona ‘cívica’, tejida con hojas de carrasca, se concedía a quien había arrancado al enemigo algún ciudadano romano y, por último, la corona ‘mural’ estaba almenada y se otorgaba por el general de un ejército al primer guerrero que asaltaba una fortaleza defendida por el enemigo.
Hechas por Escipión las investigaciones necesarias para conceder el alto honor de la corona mural tuvo la sorpresa de saber que la distinguida recompensa era solicitada por dos soldados: un infante y un marino.
Perplejo quedó Escipión. Mandó acudir a su presencia representantes de ambos bandos y oídas atentamente sus razones quedó convencido de la justicia que asistía al infante Quinto Trebelio, centurión de la Legión IV, y a un marinero de la flota de Lelio, llamado Sexto Digicio. Escipión ordenó que, sin perder tiempo y con el ceremonial de costumbre, le fuese dada a cada pretendiente una corona mural, ganando el afecto y simpatía de sus soldados. A Cayo Lelio le regaló en nombre del Senado una Corona Naval.
La conquista de Carthago Nova costó dos coronas murales. Ello concede a Cartagena el singular privilegio de que en su escudo pudiese lucir una doble corona mural. lmente arruinado, como se recuerda cada año en las fiestas de Carthagineses y Romanos.