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Ese sabe latín

Fuente: culturaclasica.com y lacolumnata.es

Soy arpía sólo a jornada parcial. El resto de mi tiempo lo dedico a intentar enseñar Latín desde hace veintidós otoños. Cada comienzo de curso, alguno de mis alumnos más revenidos me importuna con la consabida pregunta: “Profesor, ¿para qué sirve el latín, si ya no se habla en ninguna parte?”

Otrora, cuando tenía más de cabrito, solía frenarlos respondiéndoles que para que cenutrios como él me hicieran preguntas tan cenutrias. Hoy, que he dejado atrás ya el diminutivo, me limito a ladrar al impertinente. No obstante, me resulta cuando menos paradójico que se diga de uno que es muy vivo y perspicaz: “Ese sabe latín”.

Mi amigo Juan de Dios, profesor de Filosofía, me consolaba diciéndome que también a él le importunaban con para qué servía la filosofía. “¡Para nada!”, les respondía. Y echaba mano de un tal Aristóteles, que de filosofía debía de saber un rato. El menda defendía que esa era su grandeza: en sí misma, la filosofía no sirve para nada, no está al servicio de nadie ni de nada. Lo que nos entrega es pura y llanamente el saber por el saber, el conocimiento más valioso para el ser humano. Dichosos, pues, los que estudien esta ciencia “no útil” o, mejor dicho, útil tan sólo para pensar como un ser humano y comprender mejor sus intríngulis.

Juande (y Aristóteles) tienen razón. El latín no “sirve” para nada. Con él no te vas a forrar especulando como los de la burbuja inmobiliaria. No te van a llamar de Gran Hermano ni de Sálvame. Tampoco la música “sirve” para nada, excepto para los pocos miles de personas que viven de ella. Pero yo no concibo la vida sin música.

¿Me puede explicar alguien para qué sirven las matemáticas, una vez que hayamos aprendido las cuatro reglas básicas y consigamos que no nos engañen al darnos el cambio en la verdulería (de todas formas, aunque seamos un hacha en numerología, los bancos nos van a seguir engañando)? Me imagino a más de un arquitecto o a un ingeniero echándose las manos a la cabeza ante esta barbaridad que he dicho y espetándome que sin los fundamentos esenciales de las matemáticas, de la geometría, de la trigonometría no se podría diseñar ni la silla más elemental. Todos sabemos que las matemáticas son el colchón también de la física y que, si uno no va bien preparado en esta ciencia, nunca llegará a ser un buen arquitecto, ingeniero, físico, químico ni médico siquiera.

Somos seres humanos (algunos más que otros) y como tales tenemos la facultad de comunicarnos usando un lenguaje y una lengua. En este país de nuestras entrepiernas, la lengua mayoritariamente hablada es el español. Hijo póstumo del latín. Los que somos hispanohablantes, nos guste o no, somos hijos de esta lengua latina. Uno no puede hablar bien su lengua, ni conocerla, ni, mucho menos, amarla, si reniega de su madre, de su ‘alma mater’. Del latín. ¿Acaso no dejó escrito el Dios judeocristiano en las Tablas que entregó a Moisés: “Honrarás a tu padre y a tu madre”? Sólo por eso merece respeto.

Pero es que, además, el latín es el esqueleto de la mayor parte de las lenguas que usamos hoy en día en Occidente. Quien comprenda y maneje sus entresijos, quien perciba la armazón de sus alambiques, la estructura de su sintaxis, tendrá los cimientos más sólidos para iniciarse en el conocimiento no ya del español o del portugués, del francés, del italiano, del rumano (hermanos de madre todos), sino también para adentrarse en el inglés, en el alemán, incluso en el ruso.

En mi modesta opinión, no se puede ser un hablante de español medianamente competente si no se cuenta con una base adecuada de latín, si se es incapaz de comprender y gozar con cómo está estructurada esta lengua.

El latín es ajedrez para la mente. La ejercita, la robustece, evitando que se anquilose y oxide. Arraiga en nuestra esencia, la hace brotar vigorizándonos contra la mediocridad. Abona nuestra sustancia humana. Nos hace, en suma, más racionales, más críticos. Por eso lo temen. Fingen despreciarlo, relegándolo y convirtiéndolo casi en un animal en peligro de extinción. Pero tienen miedo de que, gracias a él, desarrollemos completamente nuestro potencial humano. Y pensemos.

Otro tanto podríamos hablar del griego, su hermano de leche. En griego hablaban los dioses del Olimpo. En griego comenzó el hombre a rebelarse contra las injusticias de sus señores y sus dioses. En griego cantó Homero las gestas de Aquiles, de Héctor, de Áyax, las desventuras de Odiseo. En griego escribió Safo los primeros poemas de amor de nuestra cultura. Griego hablaron los que dieron vida al teatro, ancestro del cine y de la televisión. En griego redactaron Herodoto y Tucídides, padres de nuestra historiografía. En griego nos enseñaron a pensar Sócrates, Aristóteles y Platón. En griego, Hipócrates y los médicos de Pérgamo, Éfeso y Alejandría sentaron las bases de la medicina. En griego redactó Euclides los fundamentos de la geometría y Arquímedes y Tales de Mileto hicieron lo propio con la física y las matemáticas. En griego saludaron a la muerte los trescientos espartiatas que, a las órdenes de su rey Leónidas, frenaron durante tres días en Las Termópilas el paso del ejército persa: unos trescientos mil guerreros. En griego, al fin, comenzó a gatear la democracia.

En latín, por su parte, declamó Cicerón alguno de los mejores discursos políticos jamás pronunciados. En latín lloró Virgilio los amores de Dido y Eneas. En latín dieron Julio César y Tito Livio algunas de las mejores lecciones de estrategia militar e historia del mundo antiguo. En latín nos hicieron carcajearnos Plauto y Terencio. En latín insultaba a sus rivales amorosos el lenguaraz Catulo, al mismo tiempo que dedicaba encendidos versos de amor a su Lesbia. En latín escribió Ovidio sus Metamorfosis, la mejor guía para introducirse en la mitología clásica. Al latín lo convirtieron en obra de arte en sus versos Horacio, Propercio y Tibulo. En latín sentó una de las bases más bellas del humanismo el comediógrafo Terencio, cuando hizo proclamar a uno de sus personajes: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” (“Soy un hombre: nada del ser humano lo considero ajeno a mí”).

En latín redactó Newton su Ley de la Gravitación Universal. En latín desgranó Leibniz su cálculo infinitesimal. En latín emprendió Linneo la primera clasificación científica de animales y plantas de su tiempo, surgiendo así la tradición de aplicar un nombre científico en latín a cualquier especie animal o vegetal que se conozca.

Es, en suma, el latín las matemáticas de nuestra lengua, pues nos ayuda a entender su geometría, a ver cómo está trazada su trigonometría, a comprender sus laberintos. Y al mismo tiempo nos abraza con su música, elevándonos ‘ad astra’.

Pero si esto fuera poco para responder a la impertinente pregunta de que para qué sirve el latín, el argumento definitivo me lo dio de nuevo mi idolatrado ‘Magister’ Raimundo Gómez Blasi. Me hizo recapacitar el muy fauno en que el latín fue hasta 1962 la lengua oficial de la Iglesia Católica y que hoy en día sigue siendo lengua del Vaticano. Ergo es lógico pensar que sea la lengua oficial también del Cielo.

Cierto es que me considero bastante pagano. Me aguarda el Hades, con alguna escapada furtiva al Parnaso, donde espero hallar a mis idolatrados maestros de las artes. Mas, siendo España un país que se declara mayoritariamente católico, este es sin duda el fundamento irrebatible.

Quien se sepa manejar con las cinco declinaciones y las conjugaciones latinas obtendrá en el Paraíso un puesto fijo ‘in aeterna’ como funcionario en los innúmeros despachos celestiales. Y ojo que allí los mandamases no son tan capullos como los de aquí, de antes y de ahora, y ni saben lo que son los recortes, ni de sueldo ni de dignidad.

Más aún, los que estén mejor formados en la lengua latina y sepan defenderse en griego, de ellos serán los ministerios de los cielos. Y como Ministros Celestiales Plenipotenciarios tendrán autoridad sobre todos los otros mortales, políticos incluidos.

Llegará, así, la hora de poner a cada uno de los cantamañanas que se dedican a amargarnos la vida a sus conciudadanos en su sitio. No me cabe duda de que todos de los del rebaño de políticos que nos acosa irán al Cielo. No son malos. Sólo ineptos y arrogantes. Y codiciosos. Y fuleros. A lo más, aparte de su incompetencia y los vicios ‘supra’ indicados, los podríamos acusar de endogamia y nepotismo. Ya conocemos la proverbial benevolencia y comprensión de la Santa Madre para con los pecados propios y ajenos (que no tengan que ver con el sexto, claro), por lo que, seguro, tras purgar sus pecados en el Purgatorio, ascenderán también a los cielos. Todos. Incluso los ateos y agnósticos no irredentos.

Será el momento por el que suspiramos: el docto en latín que ocupe el Ministerio de Empleo y Trabajo Divinos pondrá a estos corderillos en las tareas que se han ganado amargándoles las vidas a sus coetáneos. Así, a Zapatero lo colocará de podador y abonador en un vivero, para ver si de una vez le arraigan esos brotes verdes que por doquier veía. Al inmisericorde de Rajoy, que en vida quiso montar una empresa de reformas, se le fue la mano y acabó organizando una de derribos del estado de bienestar (ajeno), a ese lo pondremos de sexador de gaviotas junto con Fraga y Aznarín. El sin sal Rubalcaba pasará la eternidad de conserje chichipán en el invernadero de capullos y rosas.

La ínclita condesa de Aguirre purgará su prepotencia de pajillera en los casinos y lupanares de Cielovegas, donde su colega la Cospedal, con mantilla y peineta, bailará de cabaretera. El guardarropa será oficio de Paquillo Camps y Cayo Lara se lucirá como portero con gorra y levita.

El bien temperado Carod Rovira, libre al fin de su pose mortal, republicana e independentista, tomará la alternativa en el ruedo como El Niño de Los Mostachos, con los hermanos Maragall, tan afectos como él a los toros (en la intimidad) como monosabios. Ramón Luis Valcárcel opositará a mamporrero para los sementales de la yeguada angelical. Enchufará a su sobrino limpiando los establos y le reñirá en cuanto lo vea haciendo arte conceptual con las boñigas, tal y como hacía de Consejero de Cool-tura…

Sólo por eso, porque al fin a cada uno de ellos le alcance la justicia divina, merece la pena estudiar latín.

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Un viaje por mar por la magia de las mil y una islas griegas

Fuente: 20minutos.es

23/08/2012

Son 2.000 las islas griegas, unas 200 habitadas: un crucero, la mejor opción

Las Cícladas son las más famosas islas griegas y entre ellas, Mikonos

Menos famosas, pero recomendables, Esporadas, del Dodecaneso y  Jónicas

No siempre el mayor atractivo turístico de un país es la capital. Con el centro de la antigua Grecia, Atenas, rivalizan los diferentes archipiélagos del país en cuanto a afluencia de visitantes. Es un tipo de visita en la que cabe la cultura, pero se prima el disfrute del sol y el mar, en un itinerario por algunas de las más bellas islas del Mediterráneo.

Islas del Sarónico

Como no hay mejor forma para desplazarse entre islas que hacerlo en barco, existe una amplia oferta de cruceros que recorren los diferentes archipiélagos: Cícladas, Dodecaneso, Jónicas, Espóradas, islas del Norte del Egeo y las del Golfo Sarónico.  Y es que son más de 2.000 las islas griegas, tan sólo unas 200 habitadas.

Por ello el crucero es la mejor opción para ver un gran número de islas en poco tiempo. Aunque algunos parten desde la vecina Italia, los cruceros más típicos comienzan y finalizan en Atenas, con lo que pueden tomarse como extensión de la visita a la Grecia continental.

El más resguardado y pequeño archipiélago se encuentra muy cercano a Atenas, en el Golfo Sarónico. Sus islas que lo componen ya disfrutan de los paisajes de costa que son común denominador de las islas griegas; pueblos tradicionales, lugares de relevancia arqueológica, cadenas montañosas sumergiéndose bajo el agua, playas rodeadas de árboles o de la más desértica roca. A destacar Hidra, una isla montañosa separada del Peloponeso por un estrecho golfo. En torno a su puerto se concentra la playa y el turismo, pero se puede explorar su zona deshabitada.

Mikonos y Las Cícladas

Las Cícladas son las más famosas islas griegas, por su céntrica posición y por el importante núcleo turístico que son. Su nombre deriva del vocablo griego que equivale a círculo, por la forma de su perímetro.

Mikonos es tal vez la más famosa, gracias a que en pasadas décadas tanto la comunidad gay como la jet set la eligieron como destino vacacional, esculpiendo en ella un carácter sofisticado y exclusivo. Su agitación se centra en la capital, de hermosas casitas blancas y maravillosas playas y cuenta con una activa vida nocturna.

Naxos es la más grande del archipiélago y cuenta con multitud de rincones arqueológicos, además de un sinfín de playas. Pero hay islas para todos los gustos, desde la tranquilidad de Kea, la fina arena de las playas de Milos o las asombrosa belleza volcánica de Santorini. Entre sus islas más pequeñas hay que destacar Delos, dehabitada e inaccesible, pero mágica y llena de mitología, con un conjunto de ruinas arqueológicas extraordinarias, encabezadas por el Santuario de Apolo.

Rodas y el Dodecaneso

Las Islas del Dodecaneso forman una cadena próxima a la costa de Turquía que desciende por el Mar Egeo. La más famosa y extensa de sus islas es Rodas, al sur del archipiélago, otra isla cosmopolita y dedicada al turismo.

Aquí la mitología se confunde con historia, ya que albergó en su puerto el Coloso, una de las siete maravillas del mundo antiguo que fue derruida por un terremoto. Donde descansaran los enormes pies de Helios, ahora se levantan dos columnas con sendos ciervos. Hay que disfrutar de sus refrescantes playas, así como de su arquitectura antigua y el placer mediterráneo de una plácida comida.

Esporadas

Más al norte y un tanto dispersas, están las Islas Esporadas, denominadas así precisamente por su imagen desperdigada en el mar. No tienen un carácter tan turístico y eso es lo que las hace especiales. El visitante podrá disfrutar del templado clima, las aguas limpias y la fina arena blanca en fértiles entornos de pinares y eucaliptos.

Creta

Mención aparte merece esta gigantesca isla que de cara al turismo es dividida en tres partes, centro, este y oeste. Se trata de la extensión insular mayor de Grecia y la quinta del Mediterráneo, por lo cual su visita requiere de más tiempo. Es importante disfrutar sus contrastes y alejarse a ser posible del habitado norte para perderse en las montañas y playas vírgenes del sur.

Encierra una riqueza paisajística sin igual, con extensas llanuras o bosques de palmeras, rodeando preciosas playas doradas. Los curiosos podrán indagar en la civilización cretense o minoica cuyo rastro fue arrasado por la erupción de un volcán.

Jónicas

Apartadas del resto están las Islas Jónicas, en la cara oeste de Grecia. Sin embargo aquí hay islas de renombre como Itaca, patria de Ulises, un lugar sencillo que, tras la lectura de la Odisea, alcanza una nueva dimensión para el visitante, que se siente protagonista de la epopeya.

La capital del archipiélago es Corfú, la segunda isla griega más habitada y la más septentrional. Por ella también pasaron las aventuras del héroe de Homero y para intentar la ardua tarea de discernir realidad y mito, hay que visitar su museo arqueológico. Cautiva su naturaleza de olivos, verdes valles, colinas y bahías.

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Francisco Rodríguez Adrados analizará las literaturas griega y latina

Fuente: lasprovincias.es

La letra ‘d’ de la Real Academia Española de la Lengua impartirá una conferencia a las 19.00 horas en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras

La Universidad de Alicante (UA) recibirá este viernes al helenista y miembro de la Real Academia de la Historia, Francisco Rodríguez Adrados, letra ‘d’ de la Real Academia Española de la Lengua, para impartir la conferencia ‘La literatura griega y la literatura latina’, a las 19.00 horas en el Salón de Actos de la Facultad de Filosofía y Letras, según ha informado en un comunicado la institución académica.

Adrados es también presidente de honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos que, precisamente, se reúne también este viernes en la UA, donde está previsto que se celebre la Asamblea General a las 18.00 horas.

Entre las muchas investigaciones de este catedrático salmantino, destacan su defensa del origen aquitano de los vascos y el euskera, sus estudios de griego, historia de España y Lingüística indoeuropea, según las mismas fuentes.

Nacido en Salamanca el 29 de marzo de 1922, Adrados es licenciado en Filología Clásica en 1944 por la Universidad de Salamanca y doctor, dos años después, por la Universidad Complutense de Madrid.

Actualmente es catedrático y presidente de honor de la Sociedad Española de Estudios Clásicos (SEEC) y de la Sociedad Española de Lingüística. Además, ha sido director de las revistas Emerita y Revista Española de Lingüística, de la colección de clásicos griegos y latinos Alma Máter, que publica el CSIC y ha colaborado también en periódicos de tirada nacional, como el ABC o El Mundo.

Adrados ingresó en la Real Academia Española el 21 de junio de 1990 –sillón ‘d’–, y tomó posesión el 28 de abril del año siguiente; en la Real Academia de la Historia lo hizo en febrero de 2004. También es miembro de la Academia de Atenas y de la Academia Argentina de las Letras.

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El hallazgo de la ciudad perdida

Fuente: laverdad.es

No es de esos libros que se prestan a alcanzar la popularidad de un ‘best-seller’, ni tampoco a provocar un interés desmedido, salvo en responsables técnicos y lectores que han convertido la historia en fuente de satisfacciones. Es una obra auténtica, carente de inventiva. Si todo el verismo que contiene se hubiese transformado en inventado relato novelístico, hubiese acaparado atracción, acaso internacional, pero con orígenes falseados. Véanse como ejemplo ciertas novelas, que, por desarrollarse en los entresijos y las felonías de la Roma cesárea o versar sobre los grandes mitos y misterios de la Grecia clásica, recuperaron, aunque con claros signos de distorsión, personajes famosos y situaciones popularmente olvidadas.

Por mis manos han pasado -durante el sosiego de la nocturnidad navideña- las páginas de ‘Carthago Nova. Puerto Mediterráneo de Hispania’. Al margen del recreo que entraña la pausada contemplación de las fotografías de Joaquín Zamora, José Hernández Pina y Paloma Zamora-, encela el texto de Sebastián Ramallo Asensio. Recuerdo con satisfacción, cuando ambos estudiábamos -entre una ‘colección’ de selectos y destacados compañeros- Filosofía y Letras, en la Universidad de Murcia, alumnos de profesores tan prestigiosos como Mariano Baquero, Ruiz de Elvira o Juan Torres Fontes; después, algún leve encuentro. Mas lo que importa, en esta ocasión, es este libro, en el que ha vertido un completo y más que fundamentado repaso por la antigua Cartagena y su extenso entorno, desde esa introducción, que arranca con la cita de Estrabón sobre la ciudad reconocida como la más importante de la costa mediterránea, «por su posición, sus murallas, sus puertos, su laguna, sus minas de plata y su salazón». A partir de esta entradilla, Sebastián Ramallo describe las sucesivas etapas de la completa visión de aquella Cartagena emergente, ciudad también imperiosa y dominante, pero que, como remate de no pocas batallas conquistadoras, sufrió un declive casi definitivo, que costó superar.

Cada uno de los capítulos discurre inmerso en una densa ‘datografía’ imposible de sintetizar. En torno al estudio sobre al más remoto origen de la ciudad, y sobre las apetencias materiales que de ella emanan, aparecen los nombres de Polibio, Estrabón o San Isidoro; pero ¿por qué eludir de este resumen iniciático a Tiito Livia Escipión o Pompeyo? Quiérese decir que sobre la conveniencia de un acelerado resumen, brota el interés por conocer el conjunto de cada capítulo. Cuando se trata de las atractivas recuperaciones arqueológicas, ¿basta con centrarse en el teatro romano y olvidar la antigua catedral, que parece actuar de oteadora de toda la riqueza que frente a ella se conserva, pero también como guardiana de la que bajo sus cimientos se oculta?

Como apunte indicativo, el capítulo dedicado a la promoción social y al desarrollo monumental está salpicado de recuerdos gráficos, evocadoras esculturas y aireadas calzadas; el que versa sobre los espacios de ocio y espectáculos expone la supuesta grandiosidad de una Cartagena antigua y de un anfiteatro monumental; el que describe los cambios que la ciudad va experimentado oferta lápidas conmemorativas o restos bizantinos. Son algunos de los capítulos convertidos en estudios fidedignos en torno a la estratégica ciudad -apetencia de las sucesivas civilizaciones- imposible, se insiste, de resumir en un comentario.

El libro de Sebastián Ramallo, editado por la Fundación Cajamurcia- no puede calificarse de mero reflejo, ni de estudio ilustrado. Es un conocimiento de causa irrefutable; y, sentimentalmente, la proyección de gran parte de una ciudad perdida, en la que arqueólogos y estudiosos han encontrado una fuente asombrosa de satisfacciones.

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La navidad, todo un robo

Fuente: laopiniondemurcia.es

Quien cree que siempre la historia la escriben solo los vencedores, se equivoca. La historia, como la Fama, deidad estudiada por Ovidio, tiene voluntad propia y es aliada del tiempo, el cual acaba poniendo todo en su sitio. La teorías falsas acaban siendo destruidas por el poder justiciero del tiempo.

Vamos con la fiesta de la Navidad, fiesta cristiana que nosotros creemos por excelencia. Pues todo viene de un robo. De un quebranto de los que se decían seguidores de Jesus de Nazaret, de ese deber sagrado que manda no robarás ni tampoco mentirás. Es un robo descarado a una fiesta popular romana que se situaba en torno al 25 de diciembre como la fiesta del Sol naciente (las Saturnales). Algo de nacimiento había, pero no era de ningún hijo de un dios sino de un astro, el Sol, un verdadero dios para muchos, que en ese día empieza el ciclo de alargamiento de la luz.

Durante tres siglos no tuvieron los cristianos fiesta por el nacimiento de su fundador, ni si la hubo la ubicaban en el mes de diciembre, mes frío, que no encaja con aquellas fechas cálidas en que, según Lucas, nació el hijo de Yaveh, el dios judio, que eso era el Nazareno, un judío integrista o puritano, pues nació cuando los pastores dormian al aire libre por ser tiempo suave. Tal vez mayo. De paso otra curiosidad, según Celso, autor romano cien años posterior a Jesús de Nazaret, que le investigó, este Nazareno fue hijo de una mujer trabajadora casada con un carpintero, la cual tuvo un lío con un legionario romano desplazado en tierras de Judea, Pantero era el hombre del legionario según Celso, con el cual la mujer del carpintero tuvo un hijo, el famoso mesias, el carpintero la repudió y la mujer embarazada partió para tierras de Egipto a buscarse la vida. Su hijo fue educado en las élites sacerdotales, aprendió las artes de la magia y la curacion de enfermos de los magos egipcios, tuvo la misma suerte que Moisés, pues fue otro Moisés; al volver a Judea se hizo una clientela de seguidores que seguían sus estoicas prédicas. Siendo él un hombre distinguido le seguía una chusma social que no entendía nada pero que se maravillaba de sus logros curativos (según Celso siempre). Este parece ser el más verosímil origen del líder del cristianismo, hijo de una mujer divorciada y de un legionario romano y, al fondo, un carpintero mal avenido con su señora a la que repudia por infidelidad. La realidad y la verdad histórica acaban por imponerse.

Así que de fiesta del nacimiento del hijo del dios cristiano, nada, todo es una pura invención y fábula. Seguramente si renaciera el Nazareno tendría sonoras broncas con sus seguidores cuya ilegalizacion €estoy seguro€ pediría. Debe de ser una putada para un profeta crear una religion y luego ver que se transforma en un movimiento cuya praxis choca con los principios del fundador.

La fiesta del nacimiento del Sol tiene su correspondencia en otras culturas incomunicadas con la romana de entonces, como las mesoamericanas (los mexicas). Los romanos celebraban en esta fiesta tambien el recuerdo de la ´edad dorada´ en donde los hombres eran iguales, no había esclavos, por ello era conocida tambien como fiesta de los esclavos, pues se les reconocían derechos que no tenían durante el resto del año. Se intercambiaban regalos entre amigos, como ahora.

De modo que el verdadero sentido de la Navidad no es el nacimiento de ningún hombre luego subido al rango de un dios por sus seguidores. Es una ofrenda al dios Sol, lo más cercano a un verdadero dios, pues sin él la vida tal y como la conocemos en la Tierra sería un imposible aunque tal vez haya existido vida sin Sol antes de que empezara a iluminarse; los aymaras de Bolivia dicen en sus relatos orales ancestrales que hubo un tiempo anterior a este donde no había luz del Sol y que los seres del tiempo de la oscuridad eran muy diferentes a los de ahora, que cuando el Sol empezó a destellar, todos aquellos desaparecieron.

Despues de trece siglos de mentira y manipulación de la Iglesia católica, tan destinada a desaparecer como el euro, y no mucho después que nuestra actual moneda, es hora de que se sepa o divulgue el origen astronómico y genuino de la Navidad, la Natividad del Sol creciente. Vaya con este artículo mi ofrenda navideña al Dios Sol, que este es de los que se dejan ver y favorece la vida y la alegría. ¡Por Inti!

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Muertes famosamente estúpidas

Fuente: articles.sun-sentinel.com

Una de las cosas que más impresionan de la Grecia clásica es la forma en que murió Esquilo. He leído varias veces su Prometeo encadenado (enorme metáfora del hombre que deposita su fe en la raza humana) y Los Persas (una descripción formidable de cómo eran los griegos, vistos a través de sus enemigos).

Por eso, después de todo aquello, se me hace difícil creer que haya muerto… por un golpe de tortuga en la cabeza.

Fue en el año 458 A.C., producto de una ironía macabra y de la falta de cabello de Esquilo. Un oráculo le había dicho que moriría aplastado por una casa, por lo cual decidió irse a vivir al campo. Un día, mientras paseaba, un águila dejó caer una tortuga sobre su calva, confundiéndola con una roca. Era la manera en que las águilas mataban a las tortugas para después comérselas. El mundo quizás perdió muchas grandes tragedias literarias por aquella tremenda equivocación.

La muerte de Esquilo no es la única que se produjo de forma insólita, y para ello se pueden rastrear varias antologías. Hay accidentes, suicidios, crímenes, venganzas, borracheras, sexo prohibido… y todo lo que el muestrario humano pueda ofrecer.

El papa Juan XII, por ejemplo, no era precisamente un santo. En el año 964 fue asesinado por un marido que lo sorprendió en el lecho con su mujer, según una versión de la historia. La otra tampoco lo deja mejor parado, porque asegura que murió de apoplejía en pleno acto sexual.

Unos cinco siglos antes, los excesos se llevaron una noche a Atila, Rey de los Hunos y guerrero implacable contra el Imperio Romano. En el año 453 se casó con una joven llamada Ildico y durante la fiesta nupcial se excedió con la comida y la bebida. Tuvo una hemorragia nasal prolongada, pero estaba tan borracho que no se dio cuenta y se ahogó en su propia sangre. No pasó de la noche de bodas.

La glotonería se llevó también al físico y filósofo francés Julien Offray de la Mettrie, quien murió de una brutal indigestión en 1751. El registro dice que se devoró entero «un postre de masa hojaldrada rellena de la carne picada de faisán, con un núcleo de trufas negras», que es de suponer que estaba exquisito.

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Lindsey Davis

Fuente: que-leer.com

Recientemente galardonada con el premio Diamond Dagger, la escritora británica celebra la aparición de la vigésima peripecia de su Marco Didio Falco, “Némesis” (Edhasa), con la edición de una guía oficial sobre el personaje.

Lindsey Davis se mueve despacio y su discreta sonrisa, que esconde una personalidad tan decidida como la de su sabueso romano Marco Didio Falco, deja escapar un atisbo de cordialidad que enseguida prende a su alrededor. Su figura pícnica nada hace pensar que esta inglesa sobrevivió a un parto difícil y tuvo que permanecer tres días en una incubadora; y, como cuenta respecto a su infancia, pertenece a una generación que se hizo fuerte y sensata en aquellos días de la todavía cercana posguerra: “Ser niño en los años 1950 era una mezcla de oportunidad y austeridad”.
Nacida en Birmingham, proviene de una familia de clase trabajadora. De pequeña la animaron a leer, especialmente su madre, que era una lectora ávida y rápida. Se crió escuchando música clásica en la radio, por eso no es extraño que se despierte con las sinfonías de un programa de clásica. Estudió Literatura inglesa en la Universidad de Oxford y trabajó como funcionaria pública antes de dedicarse por entero a la escritura Curiosamente fue otro programa de radio, el Saturday Night Theatre, lo que la introdujo en las novelas policiacas.

Ironía, estoicismo y queso
“Nunca escribiré unas memorias tristes”. Así de contundente lo ha manifestado, y eso a pesar de que en su vida ha tenido que afrontar episodios dolorosos como el suicidio de un hermano adolescente, la separación de sus padres, la enfermedad de su madre y, no hace mucho, la desaparición de Richard, su compañero y mejor amigo, con el que tuvo una “muy estrecha” relación durante más de treinta años. Si se le pregunta cómo encaja una escritora tan irónica como ella los trances difíciles de la vida, responde con toda naturalidad “Ah, con mucha ironía! Y con algo de estoicismo, con una copa de cava en la mano y un trocito de queso stilton”.
También ha declarado, y así consta en Marco Didio Falco. La guía oficial, publicada al alimón con el título numero veinte de la serie para ahondar en la Roma del personaje y su familia, que “mi trabajo me ha consolado del dolor y la decepción. Mis libros serán lo que justifique mi existencia”. La escritora tiene muy claro lo que le gustaría hacer si un día abandonara la pluma. “Me temo que sé muy bien lo que haría. Ya he alcanzado la edad oficial de retirarme, así que a partir de ahora en cualquier momento me podré sentar en un sillón y dormir plácidamente”.
Prematura parece tal visión, pues acaba de ganar un prestigioso premio como es el Diamond Dagger, hecho por el que la felicitamos, y tiene una novela en ciernes, Master and Good, ambientada en tiempos de Domiciano. “Gracias. Fue una velada formidable. A pesar de que Cartier anunciara que no actuará más como patrocinador, lo que significa que yo probablemente haya sido el último ganador”. En cuanto al libro, está previsto que se publique en Estados Unidos y Gran Bretaña en 2012. Como de costumbre no se ofrecerá traducción hasta que la edición se haya completado.

Soltera, creativa y directa
Se declara soltera por convicción y confiesa que, de haber tenido responsabilidades familiares, duda que hubiera dejado su trabajo en la administración pública. Siempre se ha negado a seguir tendencias literarias y su primer libro tardó cuatro largos años en ser una realidad. Se siente orgullosa de la “magnífica educación” del instituto de chicas en el que estudió, donde se daba por sentado que el hecho de ser mujer era irrelevante y lo que importaba era el talento y la excelencia. “Está claro que estos principios sustentan toda mi obra como escritora. En primer lugar escribo novelas; en segundo lugar, históricas”. En ese sentido, declara que sus herramientas son la gramática y el vocabulario, ya que la lengua y la literatura inglesas son los verdaderos fundamentos de su obra.
Lindsey Davis se muestra escéptica sobre la posibilidad de que algún día se haga una “buena película” sobre su personaje más celebre, Marco Didio Falco. “Los cineastas son demasiado arrogantes y les falta la capacidad intelectual para entender lo que realmente mueve los libros -lo que está detrás del texto-, que no es acción, sino la contemplación de la vida, de la sociedad romana, de nuestra propia sociedad y de la naturaleza humana”.
Hay una pregunta que los seguidores de la serie apenas se atreven a plantear: “¿Habrá más aventuras de Marco Didio Falco?”. La escritora no duda en aclarar la cuestión con su estilo directo. “Normalmente no suelo planear más de un libro por adelantado y la situación actual es complicada, ya que mi editor inglés se ha ido a otro sello. En todo caso necesito un descanso de Falco. Veinte libros representan una serie demasiado larga y actualmente disfruto mucho escribiendo sobre otros temas”. De cualquier manera, es innegable que Marco Didio Falco ha conquistado un imperio de lectores que lo seguirán hasta el fin, y que sobre la cabeza de Lindsey Davis luce la corona de laurel que reconocía el triunfo romano.

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La Sociedad de Estudios Clásicos pide una revisión de la secundaria

Fuente: elpais.com

La extensión de la educación, con una enseñanza obligatoria hasta los 16 años, es uno de los grandes logros históricos de España. Sin embargo, la mejora de la calidad en las aulas es uno de los mayores fracasos «de todo el proceso y periodo democrático», entre otras cosas, por la pérdida de espacio en el bagaje escolar de «materias fundamentales», entre las que «se encuentra la enseñanza del Latín y del Griego». Así lo cree la Sociedad Española de Estudios Clásicos, que en un comunicado reclama al nuevo Gobierno un gran acuerdo educativo para mejorar la calidad de la enseñanza y la integración de todos los estudiantes, que debe pasar, entre otras cuestiones, por reforzar en la ESO y el Bachillerato la presencia de esas materias, Latín y Griego, además de la optativa Cultura Clásica.

Ese sería, opinan, el primer paso de «un profundo proceso de revisión» de la ESO y el Bachillerato. Esta última etapa creen que debería tener tres cursos en lugar de los dos actuales, medida que lleva en su programa el Partido Popular, claro vencedor en las elecciones del pasado 20 de noviembre. Centrar el currículo en las materias fundamentales, explican, se podría hacer a costa de eliminar asignaturas «excesivamente especializadas» y otras «demasiado generales» que «distraen» y «sobrecargan» al alumno. Reclaman, asimismo, organizar la ESO de manera que encamine a los alumnos hacia el Bachillerato de letras, el de ciencias o la FP, con unas materias troncales bien definidas en cada caso que no se puedan sustituir por otras «de carácter formativo menor». La Sociedad Española de Cultura Clásica pide además al nuevo Gobierno que las materias que se consideren de oferta obligada se ofrezcan sin recorte alguno de horas en todas las comunidades.

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El secreto italiano de Rodas

Fuente: elviajero.elpais.com

Recorrido por la isla griega siguiendo la herencia que dejó Italia en su expansión durante la primera mitad del siglo XX

No muchos recuerdan las pretensiones coloniales de los italianos en el Egeo: entre 1912 y 1943, las islas del Dodecaneso fueron parte del reino de Italia. Las había ganado en guerra contra un Imperio Otomano moribundo, aquel «hombre enfermo de Europa« que se desmembró tras la Gran Guerra. Y no pasaron a ser parte de Grecia hasta la caída de Mussolini poco antes de que acabase la Segunda Guerra Mundial.

De Kos a Leros, de Symi a Rodas, los italianos se emplearon a fondo en una política de obras públicas, infraestructuras y edificios simbólicos que remacharan su prestigio entre una población local mayoritariamente griega. El archipiélago se convirtió en la provincia de las Islas Italianas del Egeo, y se dio a los isleños la plena nacionalidad.

La perla del Dodecaneso, Rodas, hizo un poco las veces de una Cuba tardía para un país relativamente joven como Italia, que se había unificado en 1870 y se incorporaba con prisas a la carrera colonial europea. La isla lo tenía todo para convertirse en escaparate de las bondades civilizadoras del nuevo Estado: fértil y próspera, cargada de historia desde la antigüedad, baluarte y avanzadilla frente a los turcos en la Edad Media, cuando fue sede de la Orden de los Caballeros de San Juan Hospitalario.

Ciudadela simbólica

Hasta la derrota frente a Solimán el Magnífico, los grandes maestres de la orden habían hecho de la ciudadela una fortaleza legendaria, llena de palacios e iglesias: su valor simbólico era evidente, e Italia no escatimó gastos y esfuerzos para presentarse como restauradora de los valores de Occidente en tierras lejanas.

En la antigüedad se decía que los rodios construían «como si fuesen inmortales». Italia traía consigo una tradición arquitectónica igual de ilustre. Una de las primeras iniciativas del primer gobernador de la isla, el ilustrado Mario Lago, fue la creación de la Escuela Italiana de Arqueología en Rodas. Roma dio cheque sin fondo y los italianos se lanzaron a restaurar las principales ruinas de la isla: Lindos y Kameiros. La acrópolis de Lindos, colgada sobre el mar, protegida por murallas medievales y asediada por el pueblecito de estampa orientalista, es aún hoy el tercer monumento más rentable de Grecia.

Lago no solo restauró: también se lanzó a levantar edificios en la capital. Toda una nueva ciudad racionalista fue formándose en torno a las murallas y las callejuelas de la vieja ciudad de los Caballeros. Era una empresa tan estética como política: presentándose como justos herederos de la antigüedad clásica, los italianos trataban de dar carta de naturaleza a su presencia forzosa en las islas.

La suya fue lo que se ha llamado «arquitectura del protector», y contó para trazarla con un arquitecto talentoso y refinado de nombre exuberante. Florestano di Fausto sampleó todos los estilos de una isla particularmente mestiza: lo clásico y lo bizantino, lo otomano y el gótico de las Cruzadas, el estilo vernacular griego con sus hermosas fachadas de piedra labrada y sus mosaicos de piedras de río blancas y negras. Todo pasado por la túrmix de un art déco racionalista, amable y luminoso, de colores pastel y amplios espacios para refrescar los interiores castigados por el sol.

Una arquitectura lúdica y benevolente que busca hacerse simpática y se concentra en la ampliación del puerto de Rodas, que 2.000 años antes había custodiado el legendario Coloso: el palacio del gobernador reproduce el palacio Ducal de Venecia asomándose al agua transparente de la rada. El delicioso Mercado Nuevo mezcla felizmente la idea del zoco, la del ágora y la de la plaza mayor: los cafés de sus soportales convierten a Rodas en una extremidad soleada y remota de esa Europa de los cafés que defiende Steiner.

Y muchos edificios pensados para el placer: ahí sigue la hermosa cúpula a la turca de La Ronda, los baños públicos frente a la playa, con sus trampolines aerodinámicos plantados sobre el agua. Y sobre todo el elegante y festivo Acuario, con sus relieves marinos de conchas, ánforas y caballitos de mar: asomado a la lengua de arena que remata la ciudad por este lado, luce como el acuario más bonito de Europa.

Di Fausto construyó por toda la isla: en las montañas llenas de pinos de eleousa aún puede visitarse el agradable centro cívico de la antigua Campochiaro, un asentamiento rural pensado para atraer a colonos italianos. Y desde luego merece la pena coger un taxi para visitar, a 10 kilómetros de la ciudad, otro monumento lleno del optimismo soleado de los felices veinte: el balneario de Kalithea que construyó en 1928 otro arquitecto oficial del periodo, Pietro Lombardi.

Los antiguos rodios ya cantaban las bondades de las fuentes termales de la zona, y Lombardi construyó allá una minifantasía de recreo para la élite de la isla: rotondas, pérgolas, fuentes, grutas a la orilla del mar, escaleras y rampas para entrar fácilmente en el agua de las calitas que orlan el terreno. Es un sitio lleno de sabor y de recuerdos que Grecia acaba de restaurar con buen ojo. El mar transparente casi duele visto desde sus belvederes: nunca falta por aquí la brisa que airea la visita, y uno sospecha que resulta tanto o más salutífera que los hectolitros de aguas ferruginosas que puedan beberse.

Con el ascenso de Mussolini, la historia de Italia y la de toda Europa perdió veleidades voluptuosas. El sueño panmediterráneo, paternalista y conciliador de Mario Lago degeneró en la fatuidad pomposa y los aires de grandeza de la «arquitectura del dominador» del nuevo gobernador fascista, Cesare de Vecchi. A partir del 36, sus arquitectos se centraron en restaurar el palacio medieval de los Grandes Maestres: iba a ser residencia oficial del Duce, y luce aún hoy gélido y siniestro en sus salas llenas de mármoles y sus almenas disneyficadas. Llegaba el revival de la romanidad gloriosa, y se había acabado el coqueteo con la historia multicultural de las islas. De Vecchi depuró el eclecticismo fantasioso de los edificios de la ciudad. El Gran Hotel de las Rosas perdió sus arcos ojivales y sus estucos orientales, a medio camino entre Hollywood y Montecarlo, para transformarse en un pesado navío de severidad grandilocuente. La casa del Fascio, el teatro Puccini o el Palacio de Justicia intentaron convertir Rodas en un pequeño muestrario del poderío fascista. Es una arquitectura interesante desde el punto de vista histórico, pero mucho menos duradera, paradójicamente, que los sueños volátiles de las décadas precedentes.

Y que, no hace falta decirlo, se vuelve ridícula a la sombra invisible y fantasmal del viejo Coloso de Rodas. Desde el fondo del mar debió de sonreírse ante las pretensiones eternas de aquellos perifollos fascistas.

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El crisol de las pasiones

Fuente: abc.es

LOS antiguos griegos acudían al teatro para purgar sus pasiones, para curarse de las malas ocurrencias de sus instintos, para sanar, mediante la representación del horror, de las heridas que el horror deja en el corazón y en la piel. Los antiguos griegos, adelantándose a todas las escuelas psicoanalíticas, creían en las virtudes medicinales de la palabra, de manera que dieron en pensar que, si un espectador veía cómo el protagonista de la obra asesinaba a su padre y se acostaba con su madre en la ficción, perdería en la realidad el apetito de convertirse en un parricida incestuoso. Por eso para los griegos el teatro —el género literario y el espacio arquitectónico— resultaba sagrado, y cuando iban a contemplar una tragedia lo hacían con el alma y las vísceras, y lloraban y reían y pataleaban y ululaban. A esa función purificadora, que consistía en el significado último del genero teatral, la llamaron los griegos catarsis, y les ahorró una fortuna en el diván del terapeuta.

Nosotros, que somos mucho más débiles de temperamento que aquellos griegos antiguos, vamos hoy en día al teatro sin tanto respeto sacramental, pero aún sentimos la emoción de la escena. Todavía nos sobrecogemos, todavía lloramos —esa furtiva lágrima que escondemos a nuestros compañeros de butaca—, todavía se nos ponen los pelos de punta y aplaudimos a rabiar cuando el caso lo merece. Somos griegos descafeinados en más de un sentido, pero aún conservamos en el ADN algunas instrucciones genéticas respecto a lo que ocurre sobre un escenario.

Algunos opinan que los teatros a la italiana, en forma de herradura, están superados por la moderna disposición de los asientos para el público. Desde el punto de vista acústico y óptico puede que sea cierto, pero no desde un criterio sentimental. Los teatros de herradura están hechos para envolver a los espectadores, para abrazarlos, para no dejarlos escapar de lo que ocurre en la obra. Pero, al mismo tiempo, para que los envuelva la vida que acontece alrededor. En los teatros clásicos, mientras sucede la vida sobre el escenario, la vida sucede, en penumbra, en los palcos, en el patio de butacas, en el gallinero. Al teatro, desde siempre, se va para ver y ser visto, para curiosear y ser curioseado, sujetos activos y pasivos de la curiosidad. Si uno no acude al teatro con cierto espíritu chismoso, incumple con la mitad de los preceptos teatrales que la tradición exige.

Allí, mientras reina la oscuridad, aunque parezca que las emociones privadas han quedado en suspenso, hierven en su propia linfa. Porque el teatro es el crisol de las pasiones.

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